Noticias | abril 2, 2020

“Yo no, él!”. Vivencias III [columna]


Como cada tarde, a las 8, Juan sale al balcón.

De repente, se fija en el edificio de enfrente. Asustado deja de aplaudir, entra en casa y coge el móvil para llamar a la Policía.

¿Qué ha visto?

Días atrás…

«…y una de las medidas es el confinamiento total durante 14 días…».

A Laura se le cae un vaso al suelo.

«No. No, puede ser», piensa.

Por unos segundos se queda petrificada. Al cabo de un instante, reacciona.

«Tengo que limpiar esto».

Laura tiene 30 años, aunque su rostro, triste y demacrado, hace indicar que roza la cuarentena. Es delgada y tiene un pelo largo castaño. Hace tiempo que no se maquilla; no le ve sentido.

«Tampoco me deja», piensa.

El sonido de la puerta de casa le saca de sus pensamientos.

– ¿Has oído? – le pregunta Andrés.

– ¿El qué?

– ¿Cómo que el qué? ¿En qué mundo vives? ¿No has oído lo de encerrarnos en casa? ¡Pareces tonta!

– No sabía de qué hablabas.

– ¡Y una mierda me van a encerrar aquí! ¿Toda la puta semana currando y ahora no me van a dejar ni tomar una cerveza con los colegas?

– Pero la Policía te puede multar.

– ¡Me la suda!

Andrés levanta la mano y la coloca muy cerca de la cara de Laura. Ella, agacha la mirada esperando lo de siempre.
Él continúa gritando.

– ¡Me la suda el Gobierno!¡Y me la suda la Policía! Solo son unos niñatos con placa.

Andrés se sienta y de un fuerte manotazo lanza una vaso de cristal al suelo. Laura se asusta, aunque también se alegra.

«Si ve cristales en el suelo creerá que es por su vaso».

Enseguida se agacha a recoger los pedazos y, mientras lo hace, a su cabeza regresan los mismos pensamientos de siempre.

¿En qué momento Andrés dejó de ser el que era?

Recuerda entonces cuando se conocieron. «Tenía sus manías, pero eran cosas normales»…

– ¿Y eso? – le dijo él en una ocasión a punto de salir a cenar.

– ¿El qué?

– ¡Pues la falda!

– ¿Te gusta?

– Sí ¿Pero es necesario?

– ¿Necesario?

– ¡Joder, sí! Solo vamos a cenar con los amigos. No sé qué necesidad tienes de ir así, buscando guerra.

Un grito de Andrés le devuelve al presente.

– ¡Y una mierda!

Laura se asoma.

«Pero si ahora no he hecho nada», piensa.

Ve a Andrés de pie encarándose con la televisión.

– ¡Una mierda voy a pagar yo una multa!

Al principio, Laura podía disimular con maquillaje los pequeños moratones.

«Si es para eso sí que puedo maquillarme».

Luego, Andrés aprendió la lección. Fue un día en el que un vecino le preguntó a Laura sobre la herida del pómulo.

– Me caí – le contestó ella.

«Como en las películas…», piensa.

Laura se pone a llorar en silencio.

Y cuando lo hace, se coge de un costado por el dolor. Esa era la lección aprendida por Andrés: no pegar en sitios visibles.

Pero había algo que dolía más que los golpes, y eran los continuos desprecios: no hablarle durante horas, no mirarle a la cara… O no poder opinar de nada. Y todo eso dolía mucho más delante de gente.

El «¿Y tú qué sabes?» era más doloroso que el peor de los puñetazos.

Andrés no siempre era así. Tenía momentos de ternura, de amabilidad, de pedirle perdón tras el puñetazo o la patada.

«Quizá es que tiene mucho estrés», pensaba Laura.
«Quizá es culpa mía…».

Después volvía la tensión. Los enfados por nada. Los insultos.

El romper las cosas de casa; como cuando estampó su móvil contra la pared.

– Solo era una amiga – Laura lloraba.

– ¡Y una mierda! ¿Tantas risitas con una amiga?

– ¿Y ahora que hago sin móvil?

– Para estar en casa tampoco te hace falta.

Nunca lo había denunciado porque no quería verlo en la cárcel.

Por eso, las dos veces que fue la Policía a su casa alertada por los vecinos, ella dijo que no había pasado nada. Que eran discusiones sin importancia.

«Qué tonta había sido», pensaba.

Laura no sabía qué a hacer. Desde que comenzó esto, notaba a Andrés muy nervioso. Y ella estaba a punto de volverse loca.

– ¡Puta Policía! – gritó Andrés después de subir de la calle – ¡Que me han multado joder! ¿Te puedes creer?

– Es que dijeron que no se podía…

No pudo acabar la frase. El golpe en el costado fue tal, que le cortó la respiración. Laura comenzó a llorar.

– ¡¿Qué dijeron?!¡¿Qué?!

Laura se quejaba en silencio. Así aprendió a hacerlo. Fue una lección de vida o muerte. Y ahora, con toda esta mierda que estaba pasando, lo tenía muy jodido.

«¿Qué puedo hacer?».

No temía al virus. Lo temía a él. Veinticuatro horas al día de pura tensión. De no saber hasta cuándo. Incertidumbre fuera e incertidumbre dentro de casa.

Y a cada rato, a cada instante, Andrés gritando como un loco.

Controlándola en todo.

– Voy a conectar el router para mirar en internet…
– ¡No!

– Voy a bajar a tirar la basura…
– ¡No!

Pero Laura no podía más. Estaba desesperada. Y cuando una persona lo está, es capaz de enfrentarse a cualquier cosa. Aunque sea lo que más teme en la vida.

Vigésimo día de confinamiento.

Laura se dirige al balcón.

No anda rápido.

Hacerlo, alertaría a Andrés de que trama algo.

A mitad de pasillo, ya comienza a escuchar los primeros aplausos.

Se acerca a la puerta.

Observa la barandilla a través del cristal.

Sale.

La canción «Resistiré» suena de repente.

Se oyen sirenas a lo lejos.

Con una mano se coge a la barandilla.

Se asoma a la calle. Son seis pisos.

Sube una pierna.

Comienza a llorar.

Y entonces se para y piensa:

«Yo no. Él».

Levanta una hoja de papel.

Una hoja en la que hay pintado un arcoíris en una cara, y en la otra, con letras bien grandes «AYUDA 016» (*).

Y Juan, asustado, deja de aplaudir y llama a la Policía.

(*) El 016, en España, es un servicio telefónico de información y de asesoramiento jurídico en materia de violencia de género. Se trata de un teléfono dirigido no sólo a las víctimas de este problema, sino a toda la sociedad en su conjunto.
En Argentina la Línea 144 es la que brinda atención telefónica especializada a mujeres víctimas de violencia de género durante las 24 horas, los 365 días del año. Es anónima, gratuita y nacional. Ofrece información, contención y asesoramiento en aquellas temáticas relacionadas con la violencia física, psicológica, sexual, económica y patrimonial, y simbólica. Su objetivo es acompañarte en las distintas situaciones que estés atravesando, ya sea antes, durante o después de un episodio de violencia.

Fuente: www.biei.com.ar

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