Carlos Bustos: Desaparecido por la dictadura militar el viernes santo 8 de abril de 1977
«Uno no puede predicar el Evangelio en la comodidad de una vida burguesa, desde la altura solemne de un púlpito. Nosotros pensamos que se tiene que vivir el Evangelio en medio de los pobres. (…) Cristo vivió como un pobre y murió en la extrema pobreza: hasta sus amigos más cercanos lo abandonaron. Estoy cansado de la hipocresía del mundo, de la comodidad egoísta de los hombres. Porque todo el mundo se rasca para adentro. Nuestros políticos no llegan a ninguna conclusión popular. No hacen otra cosa que jugar con las esperanzas del pueblo”. Así les escribió Carlos Armando Bustos a sus amigos en 1972, cinco años antes que se lo llevaran para siempre.
El franciscano Bustos integra la larga lista de víctimas de los crímenes contra religiosos ocurridos durante la última dictadura (y un poco antes también). Lista que encabeza, a modo simbólico, Carlos Mugica junto a monseñor Enrique Angelelli, junto a los curas palotinos masacrados en la parroquia San Patricio, y junto al obispo de San Nicolás, Carlos Ponce de León, las monjas francesas de la Iglesia de la Santa Cruz, el salesiano José Tedeschi, Pancho Soares, Mauricio Silva y los curas Gazzarri y Adur, entre muchos otros.
Bustos, o Toto, como lo conocían en su Córdoba natal, también abrazó sin miramientos la causa por los más pobres. A ellos les dedicó toda su vida.mñ
Bustos ingresó como seminarista a la Orden Franciscana Capuchina siendo un adolescente. Se ordenó sacerdote en 1970 en la iglesia Santa María de los Ángeles, en el barrio de Saavedra (donde está tomada esta foto). De allí en más, siempre abrazó su vida como sacerdote. La orden religiosa seguidora de San Francisco tiene el juramento de “pobreza, obediencia y castidad.” Carlos hizo un culto de esos dictámenes éticos.
En su corta vida de religioso anduvo afincado en varios lugares. La Rioja, Formosa, Entre Ríos, Buenos Aires y también Uruguay. Formó parte del Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo, donde comenzó su incansable trabajo pastoral.
Había armado su capilla en la villa porteña de Ciudad Oculta y desde allí practicó su compromiso evangélico con los nadies. Fue, además, un cura trabajador que no buscaba vivir a costa de los fieles. Al momento de su desaparición lo hacía como taxista. Formó parte de la congregación religiosa Fraternidad del Evangelio (una de las congregaciones más afectadas por la represión militar) junto a Patrick Rice (secuestrado y luego liberado), Pablo Gazzarri y Mauricio Silva. Al mismo tiempo, con esos compañeros, integró Cristianos para la Liberación, una organización de superficie formada por católicos posconciliares vinculada a la Tendencia Revolucionaria del peronismo de aquel entonces.
Tras la Masacre de San Patricio, y pese a las amenazas de la dictadura y la insistencia de varios de sus compañeros y superiores, Carlos decidió quedarse en el país, involucrándose más aún en las denuncias sobre la gravedad de la situación y las desapariciones y asesinatos de religiosos. Viajó a La Rioja para averiguar sobre la muerte del obispo Angelelli, e intentó llegar hasta el cardenal Primatesta, en Córdoba, para hacer oír su reclamo. La respuesta, paradójicamente, llegó al poco tiempo cargada de máxima violencia.
El viernes santo 8 de abril de 1977, Carlos –de 35 años– se dirigía a oficiar misa en Nueva Pompeya con un humilde portafolios cargado de hostias. Lo secuestró una banda de represores que lo acusó de marxista. Se sabe que fue torturado en el centro clandestino Club Atlético, ubicado en la avenida Paseo Colón, en Buenos Aires. Continúa desaparecido.