Hay que parar la escuela
Al día siguiente de suspendidas las clases por orden del presidente, todas las docentes* estábamos tratando de adaptar nuestras propuestas de enseñanza (originalmente pensadas para el aula) a un entorno virtual o un cuadernillo de tareas para la casa. El aislamiento social obligatorio se decreta durante el primer mes de clases. O sea, las docentes, en muchos casos, no conocemos a nuestras alumnas lo suficiente. Las escuelas públicas donde se educan las clases medias y las escuelas privadas fueron asistidas por el Estado con aulas virtuales o contrataron alguna empresa que se las garantizaran. En cambio, las escuelas públicas donde asisten las pobres se las ingenian con whatsapp y fotocopias. Pero, como sea, se intenta enseñar. O sea, gentes que sabemos educar mirando a los ojos y estando juntas en un mismo lugar, nos quedamos sin miradas, sin tacto y sin olfato. Estamos aprendiendo a enseñar de nuevo.
No sé si todo el mundo sabe que la docencia, en gran medida, se basa en los repertorios de herramientas, estrategias, actividades que construimos a lo largo de los años de trabajo y que recreamos según la situación, el grupo de estudiantes, la escuela, etc. Es la única forma posible de dar clases hasta 36 horas semanales. El tema, ahora, es que las docentes estamos sosteniendo todas nuestras horas de trabajo sin repertorios. Estamos creando absolutamente todo de nuevo.
A dos semanas de suspendidas las clases, el estrés de las docentes es absoluto. Y todavía quedan 8 o 9 meses de trabajo. El rumor de que podrían suspenderse las vacaciones de invierno no suma nada bueno a esta situación. Hace tiempo ya que vengo discutiendo con mis colegas que eso que sentimos y que nombramos como “cansancio” o “estrés” se llama explotación. No nombrarlo como explotación es no reconocer la indignidad en la que estamos trabajando. Decir “estrés” o “cansancio” es una forma de ceguera. Es resignación. En este contexto, la explotación es altamente mayor que en circunstancias “normales”. Las docentes estamos creando todas nuestras propuestas de enseñanza de cero, formándonos compulsivamente en el uso de tecnologías, leyendo cuanto repositorio encontramos, recibiendo y enviando mensajitos de whatsapp desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, mientras atendemos a nuestras hijas e hijos en casa. Y ESTAMOS VIVIENDO LA PANDEMIA DEL CORONAVIRUS. Es decir, trabajamos sin parar, mientras sabemos y sentimos que estamos viviendo la crisis planetaria más grande de la que se haya tenido memoria. Sentimos miedo, incertidumbre, perplejidad y sabemos que está todo mal, pero nos forzamos a seguir haciendo lo que hay que hacer: ¿Qué hay que hacer? En el caso de unx docente de escuela secundaria, esto puede implicar recibir 300 o más trabajos semanales. Es una locura.
Los memes de las familias agrediendo a sus hijas porque no les salen las tareas o puteando a las maestras por mandar tanta tarea no tardaron ni dos días en aparecer. Es que, en las casas, pasa lo mismo. Las familias están encerradas, la gran mayoría no tiene computadora, menos conectividad. ¡Y ESTÁN VIVIENDO LA PANDEMIA DEL CORONAVIRUS! Con todas las dificultades que implica llevar la diaria. Sin embargo, el Ministerio de Educación de la Nación se dignó a sacar un video por Canal Encuentro dirigido a las estudiantes donde, básicamente, les dice: “el mundo se está yendo a la mierda, pero vos dedicate a estudiar”. Es, más o menos, un remixado del famoso “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa”. Pórtate bien, no te metas y estudia. En el caso de las estudiantes de secundario, esto puede significar 17 materias por semana. Quienes tienen alguna experiencia en educación a distancia saben que el tiempo de “dictado de una clase” y de “resolución de tareas” no son equiparables a los de la enseñanza y el aprendizaje en el salón de clase. Las pibas también están aprendiendo a ser alumnas virtuales. Las pibas y sus familias están colapsadas. Le estamos exigiendo un nivel de productividad insostenible. Sobre todo, en un contexto que muchos homologan a una guerra.
¡Hay que parar las escuelas!
Digo que hay que parar las escuelas, pero no es un discurso anti escuela. Es que estamos todos locos. Perdón que lo repita, pero estamos viviendo la crisis planetaria más grande de la que se haya tenido memoria. El sistema educativo está absolutamente enajenado, fuera de sí. Lo que pude ver y escuchar es que lo único que les preocupa a las autoridades de cualquier nivel es cómo acomodar la agenda que se planificó a principio de año y hacerla cumplir antes de que este termine. Es esquizofrénico. Lo único que hay que hacer es parar la escuela. Parar la escuela quiere decir que toda la maquinaria de funcionamiento regular del sistema educativo no funciona en este momento. Lo único que está haciendo es enfermarnos. A los docentes, a las familias y los vínculos entre todos. Hay que parar la escuela, porque esto no es escuela. Es un tema gremial, pero, fundamentalmente, un tema pedagógico.
Docentes, estudiantes y familias tenemos que dedicarnos a conocer lo que está pasando en el mundo, en el país, en la provincia, en nuestras comunidades y en nuestras casas. Esa es la tarea de la escuela hoy. Cómo puede un pibe estar preparado para el futuro si no se dedica a conocer en profundidad lo que estamos viviendo. Todos deberíamos tener claro que esta crisis mundial es responsabilidad de un minúsculo grupo de gente que vende venenos con forma de comida, vende remedios para soportar sus venenos; vende tecnología para que, enfermos y mal curados, podamos estar encerradas y venden las armas que nos apuntan si escapamos. Se llaman corporaciones y son, básicamente, los reyes de una nueva edad media. Todo el mundo tiene que tener muy estudiado que es esa clase capitalista, racista y patriarcal la que devastó todos los ecosistemas del planeta llevándonos a esta situación. Todo el mundo tiene que saber que, lo que en la práctica se instala, es difícil de revertir, y que la impunidad de las fuerzas armadas, el cinismo del empresariado, de los títeres de la política y el gremialismo burocrático argentino deben ser desterrados de nuestro país si queremos vivir algo así como una vida digna.
Necesariamente, tenemos que partir de “lo que nos está pasando”. Qué sentimos, qué pensamos, qué hacemos como personas, como familias, como escuelas, como país, como humanidad. Parar la escuela no quiere decir cerrarlas, sino hacer lo que debería hacer una escuela: acompañarnos, cuidarnos y aprender a leer la realidad entre todas. Parar la escuela quiere decir que no hay que seguir la agenda de todos los años porque este año no es como otros. Este año, las escuelas tienen que trabajar cuatro preguntas: ¿Qué nos está pasando? ¿Cuáles son las causas? ¿Qué podemos hacer para sobrevivir en este momento? y ¿cómo construimos horizontes de dignidad de acá en adelante? Hoy, no hay que correr. Hay que detenerse, sostenernos entre todas, intentar conseguir algo de calma, entender colectivamente lo que está pasando, encontrar estrategias para ayudarnos a sobrellevar esto y preparar las batallas que se vienen. Hay que parar la escuela porque esto no es escuela.
*Por Pedro Rivero para La tinta / Imagen de portada: Colectivo Manifiesto.