Ser trans a los 17: «Nosotras no le hacemos mal a nadie, sólo buscamos ser felices»
“Mi idea es visibilizar lo que es ser una mujer trans”; “quiero darle la seguridad a las personas para que se animen”; “me siento y me considero una mujer normal, como cualquier otra”. Las frases salen del otro lado del teléfono con la seguridad de quien, pese a su juventud, atravesó innumerables situaciones de discriminación y maltrato, y por fin pudo abrazar la felicidad.
Esperanza Shelene tiene apenas 17 años, sus ideas son claras, maduras. Se reconoce parte de la “nueva generación trans” y contó a ElDía su historia. Singular, como la de cada quien. Pero tan parecida a tantas miles que transcurren en el anonimato, puertas adentro, tristeza adentro.
Esperanza no sólo contó su historia, sino que abrió una puerta de luz para quienes pasan sus días en las sombras a los que buena parte de nuestra sociedad arroja a quienes no cumplen con sus preconceptos, con lo que “debe ser”. Aunque a muchos les parezca increíble, eso del azul para los nenes y el rosa para las nenas sigue tan vigente como hace años. Y el color no es el problema (¡como un color va a ser un problema!), el problema es que seguimos formando nenes de azul y nenas de rosa que, en la primera adolescencia, no ven más que un error en aquellos que desafían esos límites.
“Desde muy chica fui como soy ahora, era una nena, mis padres siempre me apoyaron, tuve esa suerte que no muchos tienen. Creo que tuve una infancia feliz, con amigos y esas cosas. Vivía rodeada de la comunidad trans y el colectivo LGBT, por los amigos de mi mamá. En ese sentido mi familia es muy abierta”, cuenta Esperanza. Y ubica en el ingreso a la Escuela Técnica N°2 a “la parte más dura” de su proceso.
“Empezaron los cambios físicos, me empecé a sentir atraída por las personas, sinceramente la pasé mal. Ingresé con el nombre que me fue asignado al nacer”, recuerda, y ante la pregunta por el mismo contesta: “No es necesario darlo a conocer, por la sola razón de que nunca lo sentí propio”.
En su relato, Esperanza reconoce a varias personas que marcaron su proceso. Una de ellas fue la profesora de Educación Cívica Ángela Videla. En ese primer año la docente la acompañó a preparar unas charlas sobre cutting (auto lesión), bullying y anorexia, los padecimientos por los que ella estaba pasando con apenas 12 años.
“Quería ayudar a los demás”, cuenta. “Me acuerdo que estaba muy deprimida”, agrega enseguida. “Lamentablemente, en vez de hacer bien a mis compañeros y sentirme mejor, todo salió al revés. Todo se puso peor, cuando descubrieron que esas cosas me estaban pasando a mí empezaron decir que lo hacía para llamar la atención y un montón de otras cosas que, la verdad, me lastimaron muchísimo”.
El cambio de colegio tampoco fue la solución. “En el Pablo Haedo fue muchísimo peor, ya había empezado la transición, tenía una colita y una maestra me tiró el pelo y me dijo que me quedaba feo”, recuerda la joven. Increíble. ¿Quién será la docente? ¿Seguirá dando clases? Seguro que sí.
En el Pablo Haedo fue muchísimo peor, ya había empezado la transición, tenía una colita y una maestra me tiró el pelo y me dijo que me quedaba feo
Sus padres fueron al colegio y hablaron con las autoridades. Empezó a ir con uniforme femenino y desde la institución le pidieron disculpas. Pero las cosas no cambiaron demasiado. Esperanza tenía su cuerpo y su mente en la “transición” y el colegio no colaboraba en nada en ese objetivo. “Ese año lo terminé perdiendo”, cuenta.
“En ese momento no me sentía segura conmigo misma. Empecé el gimnasio, porque también me discriminaban por gorda, y estuve un año de mi vida literalmente encerrada. Hice el tratamiento médico y un curso de belleza integral con Lorena Petroff, en el SUM de Pueblo Nuevo. Mi cambio fue realmente increíble, hoy estoy bien y tengo una autoestima alto”, reconoce.
La transición y las varas diferentes del Estado
Con 13 o 14 años, Esperanza lloraba todos los días. Aunque sabía que sus padres eran abiertos, no se animaba a hablar del tema. “En casa lo sabían pero del tema no se hablaba”, resume. “Entonces, hice una carta y se la di a mi mamá. Antes de escribirla hablé con Manu González, me acuerdo. Ella es un pilar muy importante en mi vida. Cuando la leyó mí mamá me llamó y lloramos muchísimo, y nos abrazamos”.
“A los dos días nos juntamos con mi papá y su pareja. Para mí fue buenísimo, me sentí comprendida. Desde que me liberé me siento una persona totalmente feliz. Mi deseo es que las familias comprendan que esto no es algo malo, no debe ser un tabú, nosotras no le hacemos mal a nadie, sólo buscamos ser felices”.
La semana siguiente, Esperanza comenzó con la terapia de remplazo hormonal, en el Hospital Centenario, con el doctor Gustavo Migueles. “Él me abrió la cabeza, fue muy importante”, destaca.
Tras una serie de análisis, comenzó el tratamiento. Pastillas para regularizar la cuestión hormonal y, después de unos meses, un bloqueador de testosterona.
“Los cambios fueron muy rápidos, radicales. Como si mi cuerpo lo estuviese necesitando. Al año era totalmente otra persona. Siento que maduré física y mentalmente en ese tiempo. Creo que hice el tratamiento a tiempo y logré desarrollarme como una mujer, quizá si hubiese empezado más tarde no hubiese sido así”, reflexiona, y dice que no hay que ser necesariamente bonita físicamente para ser aceptada socialmente.
Los cambios fueron muy rápidos, radicales. Como si mi cuerpo lo estuviese necesitando. Al año era totalmente otra persona
La profesora de la escuela pública y el médico del hospital público fueron fundamentales para que ella sea lo que es hoy. También Manu González y todo el equipo de Diversidad municipal, que llamaron una por una a una importante lista de mujeres trans para acompañarlas en el proceso de reinserción escolar. Hoy, como otras tantas, Esperanza está terminando la secundaria en el ESJA N° 82 “Libertad”, que funciona en el turno nocturno de la Escuela Rawson.
Pero no siempre el Estado respondió de la misma manera. “Cuando empecé los trámites para el cambio de identidad (en Argentina la Ley de Identidad de Género fue promulgada en 2012) en el Registro Civil me dieron mil vueltas. Con mis papás nos pasamos yendo de ahí al Juzgado”, relata Esperanza y deja al descubierto la falta de modernización y capacitación del personal del organismo. “Una de las tantas veces que nos hicieron ir una señora me preguntó insistentemente para quien era el documento, porque ella me miraba y veía a una mujer”, relató la joven.
Tampoco la Justicia le permitió acceder a un abogado de oficio para que presente los trámites que el Juez de Menores le solicitaba. En esa oportunidad a ella ya su madre les dijeron que “para esas cosas no se ponen abogados”, por lo que tenía que pagar uno particular.
“No estábamos bien económicamente para pagarlo. Pasó el tiempo y dimos con otro abogado, que nos dijo que tenía que enviar el pedido a Paraná para ver si lo autorizaban a hacerse cargo. Nunca más contestaron nada. Los trámites iban a tardar el doble porque soy menor de edad, entonces, después de tanto ida y vuelta, decidí esperar a cumplir los 18 y hacerme el documento”, relató.
¿Por qué Esperanza?
“Ese nombre lo tuve presente desde siempre. Como todas, siempre tuve la esperanza de poder ser feliz. Mi única esperanza era lograr este cambio, ser quien soy actualmente, sin que la sociedad me señale por eso”, contesta, después de más de una hora al teléfono y sobre su segundo nombre cuenta que significa luna y proviene de la mitología griega, donde quiere decir “luz, brillo, resplandor”.
Respecto a lo que viene, la joven gualeguaychuense entiende que “es fundamental que se enseñe la ESI –Educación Sexual Integral– en las escuelas, para que nos conozcan y dejemos de ser un tabú”, y cuenta que, como la gran mayoría, nunca tuvo educación sexual en la escuela. “Eso nos hubiese ayudado muchísimo a mí y a mis compañeros”.
Me veo como una mujer, no me siento una chica trans o una chica que antes era chico. Y creo que nos tienen que aceptar así, sin dar explicaciones
“Ahora, estoy segura de quien soy. Me veo como una mujer, no me siento una chica trans o una chica que antes era chico. Y creo que nos tienen que aceptar así, sin dar explicaciones. Mi único sueño es poder dejarle a la próxima generación un mundo distinto al que transitamos nosotras, una sociedad cambiada, en la que no tengamos que buscar ser aceptadas todo el tiempo por ser lo que somos”, concluye. Y, sobre el cierre, se anima a compartir uno de sus grandes anhelos: “Desde chica soñé también con poner una casa trasn, con cursos, formación, apoyo psicológico y contención. Y sé que lo voy a hacer”.
Fuente: el dia online