Biblioteca de la peste
La pandemia del Covid-19 nos invita –tanto por el aislamiento como por la ocasión– a evocar las obras de la literatura universal más emblemáticas de epidemias y pestes. Esta será una antología en construcción sobre la condición humana en semejantes crisis.
Lucrecio, De la naturaleza de las cosas (siglo I a. C.)
Ahora voy a explicarte yo la causa
De las enfermedades contagiosas;
De estas plagas terribles, que derraman
Sobre hombres y ganados de repente
La mortandad. Primero enseñé arriba
Que en la atmósfera había una gran copia
De corpúsculos, que unos dan la vida,
Enfermedad y muerte engendran otros:
Cuando da ser acaso a los postreros
El aire se corrompe y se inficiona:
La enfermedad activa y pestilente
O de clima extranjero es transmitida
Por la vía del aire, como nubes
Y tempestades, o del mismo seno
De la tierra se engendra, cuando han sido
Corrompidos sus húmedos terrones
Con el calor y lluvias desregladas.
¿No observas tú que la mudanza de aire
Y la del agua la salud atacan
Del hombre que está lejos de su patria?
Porque allí encuentra un aire diferente
Del que ha solido respirar en casa.
¿Por ventura, no encuentras diferencia
Entre la inglesa atmósfera y Egipto,
Por donde el eje del mundo se ladea?
¿Y no difieren entre sí los climas
Del Ponto, y el que llega desde Cádiz
Hasta los pueblos negros y tostados?
Como estas cuatro plagas se hallen puestas
A cuatro vientos, como estén situadas
Bajo de cuatro climas diferentes,
En situación tan solo no difieren,
Sino también en el color y forma
De sus habitadores, y parece
Que están sujetos a distintos morbos.
14 de mayo
Alessandro Manzoni, Los novios (1827).
La peste que el Tribunal de Sanidad había temido que pudiese entrar con las bandas alemanas en el Milanesado, había entrado de veras, como es sabido; y es, asimismo, sabido que no paró allí, sino que invadió y despobló buena parte de Italia. Conducidos por el hilo de nuestra historia, pasamos a relatar los sucesos principales de aquella calamidad; en el Milanesado, se entiende, más bien en Milán casi exclusivamente, que de la ciudad casi exclusivamente tratan las memorias de la época, como más o menos sucede siempre y por doquier, por buenas o por malas razones. Y, en esta relación, nuestro fin no es, a decir verdad, presentar solo el estado de las cosas en que se encontrarán nuestros personajes, sino también dar a conocer, de la forma más resumida posible y que podamos nosotros, un fragmento de nuestra historia patria más famoso que conocido.
[…]
En principio, por lo tanto, no era peste, absolutamente no, a buena cuenta que no; prohibido siquiera pronunciar la palabra. Luego, fiebres pestilentes: la idea se admite de refilón en un adjetivo. Más tarde, no era peste auténtica: es decir, peste sí, pero en cierto sentido, no peste peste, sino una cosa a la que no se sabe encontrar otro nombre. Finalmente, peste sin duda y sin desacuerdo, pero ya se ha sumado a ella otra idea, la del envenenamiento y el maleficio, que altera y confunde la idea expresada por la palabra que no se puede ya retirar. No es, creo, necesario ser muy versado en la historia de las ideas y las palabras para ver que muchas han recorrido un camino similar. Por gracia del cielo, no son muchas de ellas de tal suerte e importancia que conquisten su evidencia a tal precio, y a las que se puedan sumar accesorios de tal género. Se podría, sin embargo, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes, evitar, en gran parte, un curso tan largo y retorcido tomando el método propuesto hace tanto tiempo de observar, escuchar, comparar, pensar antes de hablar.
4 de mayo de 2020
Ray Bradbury, Crónicas marcianas (1950).
Spender se volvió y sentándose junto al fuego miró largo rato el movimiento de las llamas. ¡Varicela!, Señor, ¡parecía increíble! Una raza se desarrolla durante un millón de años, se civiliza, levanta ciudades como esas de ahí, hace todo lo que puede por ennoblecerse y embellecerse, y luego muere. Parte de esa raza muere lentamente, dentro del ciclo de su propia existencia, con dignidad. ¡Pero el resto! ¿Ha muerto el resto de los marcianos de una enfermedad de nombre adecuado o de nombre terrorífico o de nombre majestuoso? ¡No, por todos los santos, no! ¡Tenía que ser varicela, una enfermedad infantil, una enfermedad que en la Tierra no mata ni a los niños! No, eso no está bien, no es justo. ¡Es como decir que los griegos murieron de paperas, o los orgullosos romanos, de pie de atleta en sus hermosas colinas! ¡Si por lo menos les hubiéramos dado tiempo de preparar sus mortajas, de tenderse, de arreglarse, de encontrar alguna otra razón para morir…! ¡No esta sucia y estúpida varicela! ¡No concuerda con esta arquitectura, no concuerda con todo este mundo!
27 de abril de 2020
Samuel Pepys, Diarios (1660-1669).
Junio 29
Por río hasta White Hall. El patio estaba lleno de carros y de gente lista para abandonar la ciudad. A la taberna del Arpa y del Globo, donde bebí y charlé con Mary, la sirvienta. En esta parte de la ciudad, la peste gana terreno día a día. El boletín de mortalidad señala ya doscientas sesenta y siete: ochenta más que el último. En la City sólo se registraron cuatro decesos. Enorme bendición para nosotros. De vuelta a casa, me detuve en Somerset House, donde también todo el mundo empacaba sus cosas. La Reina Madre parte hoy hacia Francia. Va a las aguas de Borbón, pues está tísica y no calcula regresar antes de un año.
Julio 1
Triste por la noticia de que siete u ocho casas de la calle de Brying Hall están cerradas a consecuencia de la peste.
Julio 9
Tuve oportunidad de conversar largamente con Mr. Ph. Carteret, en quien descubrí una gran modestia, bondad y comprensión. Me dio un detallado informe sobre la lucha con los holandeses. Tal como se lo había prometido ayer, visité a Harman. Me aseguró que en esa parroquia de Mitchell’s Cornhill, una de las más extensas de la ciudad, nadie, a pesar de la epidemia, ha sido sepultado por alguna enfermedad: hombre, mujer o niño, ni uno en los trece meses último, algo muy extraño.
Julio 12
Solemne día de ayuno observado por la plaga en ascenso.
Julio 13
Más de setecientos murieron de la peste esta semana.
21 de abril de 2020
Patrick Deville, Peste y cólera (2012).
Como todo mundo sabe, en el interior de una gallina hace calor. Cuarenta y dos grados. Mucho más caliente que en el interior de una oveja, protegida por su lanita.
Pasteur, a base de enfilar el termómetro aquí y allá, por cloacas y anos, fue el primero en constatar que la temperatura elevada de ciertas aves impide a los virus desarrollarse en ellas. Si se le inocula el carbunco de la oveja a una gallina, a ella le da lo mismo y se ríe. Le hace cosquillas. Si se la introduce en una bañera de agua fría, deja de hacerse la lista y muere de carbunco. Si a la gallina mojada se la saca a tiempo, contrae la enfermedad pero se cura sola, bate las alas para calentarse mientras insulta al auxiliar de laboratorio. Yersin decide probar con la paloma.
La paloma es algo así como la rata del cielo, una rata a la que se le hubieran atornillado unas alas antes de pintarla de gris.
Fuente: letras libres