Noticias | junio 20, 2020

Un precursor del feminismo


La historiografía escolar enseña que Manuel Belgrano es uno de los padres de la Patria, que fue el creador de la bandera, que no dudó en inmolarse dejando su condición de civil para embarcarse como general al frente del Ejército del Norte a pesar de no contar con demasiadas dotes militares. Alcanza a destacar una parte de su pensamiento, sobre todo el referido a la economía, pero muy poco dice sobre su mirada del género femenino y su preocupación por las mujeres más pobres.

Es sabido que Belgrano fue secretario del Consulado entre 1793 y 1810, cuando abandonó su cargo el mismo día de la Revolución, el 25 de mayo. Desde ese puesto, como también desde su labor periodística, insistió en el rol cultural que debían desempeñar las mujeres en la sociedad. Por eso promovió la fundación de escuelas para niñas y la creación de puestos de trabajo para las mujeres, denunciando, como paradoja y con cierta ironía, “la miserable situación del sexo privilegiado”.

LA EDUCACIÓN FEMENINA

Fue el 15 de junio de 1796 cuando leyó su primera Memoria, que tituló “Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio, en un país agricultor”.

Hacía apenas tres años que Olympe de Gouges había sido guillotinada en Francia por sus propios compañeros revolucionarios, luego de que publicara la “Declaración sobre los Derechos de la Mujer”, cuando Belgrano abogó por la educación femenina. Ante las autoridades virreinales, señaló: “Se deben poner escuelas gratuitas para las niñas donde se les enseñase la doctrina cristiana, a leer, escribir, coser, bordar, etc. y principalmente inspirarles el amor al trabajo para separarlas de la ociosidad tan perjudicial o más en las mujeres que en los hombres. Entonces, las jóvenes aplicadas, usando de sus habilidades, en sus casas, o puestos a servir no vagarán ociosas, ayudarán a sus padres, o los descargarían del cuidado de su sustento; lejos de ser onerosas en sus casas la multitud de hijos harían felices las familias”.

Enseguida, agregó otro argumento para la necesidad de la educación de las mujeres, evidenciando una de las tantas opresiones que el género femenino debió soportar a la hora de contraer matrimonio: la dote, una suerte de pasaporte para lograr un mejor o peor casamiento. Sostuvo Belgrano: “Con el trabajo de sus manos [las mujeres] se irían formando peculio para encontrar pretendientes a su consorcio; criadas de esta forma, serían madres de una familia útil y aplicada; ocupadas en trabajo que les sería lucroso tendrían retiro, rubor y honestidad”.

Sin duda, Belgrano estaba más que preocupado por las condiciones de vida de las mujeres humildes de su tiempo, pero además estaba convencido del rol cultural que ellas debían desempeñar en la sociedad. Tanto, que en la misma Memoria, y como nota al pie de página, agrega: “Parecerá una paradoja esta proposición, a los que deslumbrados con la general abundancia de este país no se detienen a observar la desgraciada constitución del sexo débil. Yo suplico al lector que esté poseído de la idea contraria, examine por menor cuáles son los medios que tiene aquí la mujer para subsistir, qué ramas de industria hay a que se pueda aplicar, y le proporcionen ventajas, y de qué modo puede reportar utilidad de su trabajo: estoy seguro que a pocos pasos que dé en esta aspereza, el horror le retraerá, y no podrá menos que lastimarse conmigo de la miserable situación del sexo privilegiado, confesando que es el que más se debe atender por la necesidad en que se ve sumergido, y porque de su bienestar que debe resultar de su aplicación, nacerá, sin duda, la reforma de las costumbres y se difundirá al resto de la sociedad”.

LA EDUCACIÓN FEMENINA

Producida la Revolución de Mayo, Belgrano fue designado vocal de la Primera Junta y, poco después, fue enviado al frente de la Expedición al Paraguay. Aun así, en medio de sus nuevas ocupaciones, no olvidó la promoción del género femenino e insistió sobre la cuestión desde las páginas del periódico Correo de Comercio de Buenos Aires, que había comenzado a editar a principios de 1810.

En los números del 21 y 28 de julio de 1810, y bajo el título “Educación”, escribió: “Hemos dicho que uno de los objetos de la política es formar las buenas costumbres en el Estado; y en efecto son esencialísimas para la felicidad moral y física de una nación (…) Pero ¿cómo formar las buenas costumbres, y generalizarlas con uniformidad? ¡Qué pronto hallaríamos la contestación si la enseñanza de ambos sexos estuviera en el pie debido! Más por desgracia el sexo que principalmente debe estar dedicado a sembrar las primeras semillas lo tenemos condenado al imperio de las bagatelas y de la ignorancia”.

Haciendo hincapié en la maternidad, Belgrano insistió en el rol cultural que debían desempeñar las mujeres: “La naturaleza nos anuncia una mujer: muy pronto va a ser madre, y presentarnos conciudadanos en quienes deben inspirar las primeras ideas, ¿y qué ha de enseñarles, si a ella nada le han enseñado? ¿Cómo ha de desarrollar las virtudes morales y sociales, las cuales son las costumbres que están situadas en el fondo de los corazones de sus hijos? ¿Quién le ha dicho que esas virtudes son la justicia, la verdad, la buena fe, la decencia, la beneficencia, el espíritu, y que estas cualidades son tan necesarias al hombre como la razón de que proceden? Ruboricémonos, pero digámoslo: nadie; y es tiempo ya de que se arbitren los medios de desviar un tan grave daño si se quiere que las buenas costumbres sean generales y uniformes”.

“El bello sexo –continuó– no tiene más escuela pública en esta Capital que la que se llama de San Miguel, y corresponde al Colegio de Huérfanas, de que es maestra una de ellas; todas las demás que hay subsisten a merced de lo que pagan las niñas a las maestras que se dedican a enseñar, sin que nadie averigüe quiénes son, y qué es lo que saben”.

La conclusión de Belgrano fue contundente: “Séanos lícito aventurar la proposición de que es más necesaria la atención de todas las autoridades, de todos los magistrados, y todos los ciudadanos para los establecimientos de enseñanza para niñas, que para fundar una universidad, en esta Capital, porque tanto se ha trabajado y tanto se ha instado ante nuestro gobierno en muchas y diferentes épocas. Con la universidad, habría aprendido algo de verdad nuestra juventud en medio de la jerga escolástica, y se habría aumentado el número de nuestros doctores, pero ¿equivale esto a lo que importa la enseñanza de las que mañana han de ser madres? ¿Las buenas costumbres podrían de aquel modo generalizarse y unificarse? Es indudable que no, y para prueba, no hay más que trasladarse a donde hay universidades, y no hay quien enseñe al bello sexo”.

Es cierto, como dice la historiografía escolar, que Manuel Belgrano es el padre de la Patria. Sería justo que enseñara también que fue el primer feminista en el Río de la Plata.

Fuente: caras y caretas

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