Noticias | junio 26, 2020

Kosteki y Santillán, el día que la imagen le ganó a la impunidad


El 26 de junio de 2002 las organizaciones de desocupados y movimientos territoriales realizaron una protesta masiva que consistió en cortar los accesos a la Ciudad de Buenos Aires, en reclamo por planes sociales para paliar la crítica situación que estaban atravesando los sectores más empobrecidos. Ocurrió luego de años de una brutal caída del empleo y transferencia de ganancias hacia los sectores más poderosos, iniciada fuertemente durante el gobierno de Carlos Menem y agudizada luego de la caída del gobierno de la Alianza.

El establishment le reclamaba al gobierno interino de Eduardo Duhalde que pusiera un límite a la protesta social y el 26 de junio se convirtió en un momento clave para demostrar un poder frente a las organizaciones que se habían convertido en importantes actores sociales.

Un operativo planificado desde la SIDE, con la participación de las fuerzas federales, Prefectura y

Policía Federal y la policía bonaerense, con la participación de agentes de civil, culminó con el asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, 40 heridos de bala de distinta gravedad, alrededor de 500 detenidos en distintas comisarías, la irrupción en el Hospital Fiorito para secuestrar a personas que se habían refugiado, el asalto a un local de Izquierda Unida; en definitiva un accionar descontrolado que además pretendía inculpar a las organizaciones piqueteras para ponerlas bajo el alcance de la llamada “ley Vanossi”, que los juzgaría por atentados a la Seguridad Nacional.

Todo este plan se desmorono, a pesar del intento de instalar que las muertes eran consecuencia de una interna piquetera (“se mataron entre ellos”, dijeron), gracias a la rápida acción de los medios alternativos y al trabajo de fotógrafos, camarógrafos y algunos periodistas comprometidos con la verdad.

Aquí van algunos testimonios de primera mano sobre lo ocurrido ese día.

Laura Vales, periodista de Pagina 12, cubrió ese día la movilización en Avellaneda y se espantó por la magnitud y despliegue de la violencia policial. Recuerda a la doctora Isabel Masso que en el hospital Fiorito, contradiciendo las órdenes de la dirección del hospital que no quería que los médicos hablaran con los medios, confirmó que las heridas que provocaron las muertes de Darío y Maxi, y de muchos de los heridos, habían sido provocadas por balas de plomo.

“Cada 26 de junio me sigue trayendo la misma angustia e impotencia. Impotencia sobre todo porque no se haya podido avanzar en la investigación de las responsabilidades políticas, que no se haya debatido el sentido de semejante represión, que sea algo que todavía siga abierto”, expresa Laura.

Mariano Espinosa, fotógrafo de la agencia INFOSIC en ese momento, también remarca la furia desatada de la represión policial. “Me sorprendió confirmar algo que de alguna manera sabía, pero no había experimentado tan directamente, la impunidad y el desprecio de la policía por las personas”.

Mariano hizo la foto donde se ve a Darío que levanta el brazo cuando la policía irrumpe en la estación y que se convirtió en ícono de las organizaciones piqueteras. “Pasé por la estación Avellaneda varios años después, casi me resistía a pasar por ahí y vi la pintura que habían hecho a partir de la foto y me puso contento que esa imagen haya pasado a ser de todos”, recuerda hoy.

Unos años después, Mariano, trabajando para otro medio, tiene que retratar una entrevista a Duhalde junto a un periodista. En un momento de la nota le cuenta que él fue uno de los fotógrafos que estuvo en la estación Avellaneda y le pregunta, con algo de ingenuidad, qué sintió ese día. Duhalde, desconcertado, solo atinó a decir “los policías fueron unos hijos de puta”.

Sergio Kowalewski, “el ruso”, que aportó sus fotos a Pagina12, relató en esos días: “A unos cincuenta metros de la entrada me encontré de frente al comisario (Franchiotti) que estaba a cargo del cuerpo de Infantería. Le dije que pararan, que ya la gente se estaba retirando, que la dejaran irse porque si entraban a la estación iba a ser una masacre. El me mostró que tenía el cuello lastimado como justificando con eso la continuidad de la represión. Yo insistí explicándole que había chicos que ya se estaban yendo. El comisario me volvió a mostrar su herida. Entonces le marqué la diferencia: ´Ustedes están con fierros y ellos con gomeras´. En eso aparece por detrás un gordo de Infantería que me dice ´si no te gusta, andate del otro lado».

Hoy reflexiona Sergio sobre el sentido que siguen teniendo las imágenes. “Creo que la fuerza de las imágenes obtenidas por distintos fotógrafos, tiene que ver con la diversidad y los significantes diferentes que cada una de ellas aporta; porque juntas cobran un peso muy superior a la suma de las partes. Cuando se une colectivamente lo hecho por cada uno, aparece una potente descripción de los acontecimientos y de las motivaciones, de los actores de ese día. Los muestran dentro de un contexto. Comprendemos quiénes eran y cómo se reflejan sus acciones, sus valores, cuando por ejemplo sus compañeros llevan casi en andas a Maximiliano herido por perdigones en medio de los disparos”.

Sergio parece que aún sigue ahí. “Vemos a Darío arrodillado tomando su mano; levantando su brazo y extendiendo su palma, tratando que la barbarie que ingresaba a la estación no dispare. Conocemos los rostros de quienes cometen el crimen, su odio en las miradas. Descubrimos sus mentiras, cuando negaban su participación y afirmaban que se habían matado entre ellos. Distinguimos los cartuchos rojos letales; cuando los levantaban para ocultarlos, nos hablan de la ´atención´ desaprensiva que reciben los heridos, de sus ´sonrisas´ histéricas y también de la soberbia de quienes se creían impunes. Notamos ´testigos que, luego atemorizados, decían no haber visto o no haber estado, cuando las imágenes nos dicen lo contrario. Cada uno ve, en alguna de esas imágenes, algo que lo moviliza más, que lo sensibiliza de diversas maneras, pero en conjunto no dejan ninguna duda sobre lo sucedido. La difusión de las fotos y videos tuvo importantes consecuencia políticas: la declinación a la presidencia de Duhalde y el llamado a elecciones. Expuso la manipulación de los hechos pre y post represión, de las empresas monopólicas de comunicación, como Clarín, hoy vocero descarado del poder real. Desnudaron la operatoria del gobierno que buscaba los culpables entre los propios reprimidos, al punto tal de ser también determinantes en el juicio a los responsables materiales de los asesinatos. Las imágenes sirven, pero solo son disparadores, potentes a veces. Pero lo que cambia la historia es la lucha organizada de los pueblos. Darío y Maxi permanecen juntos en la memoria popular, porque detrás de las imágenes y de la historia, el pueblo sabe que en sus cortas vidas, se entregaron a él solidaria y desinteresadamente. Y eso nunca se olvida. En fin, cuesta hablar de estas cosas. Y siempre queda algo atravesado, siempre me queda dando vueltas la pregunta: ¿por qué no pudimos hacer otra cosa?” .

Martín Lucesole, es fotógrafo de La Nación, y cuenta lo siguiente: “La mañana fría del 26 de junio de 2002 miles de manifestantes salieron a la calle, muchos con lo justo, apenas abrigo y algo caliente para paliar el frío y el hambre. Más del 50 % de la población bajo la línea de pobreza necesitaba una respuesta urgente del Estado. Llegué al puente Pueyrredón cuando estaban dispersando a los manifestantes con gases y perdigones. Fui corriendo entre el caos de disparos, gases y gente herida hacia la estación Avellaneda. En un momento veo y fotografió a Franchiotti con una mancha de sangre en el cuello. Sigo por la avenida Yrigoyen entre la policía a mis espaldas y los manifestantes que corrían desesperados delante de mí. Se oían muchos disparos y los manifestantes intentaban resguardarse donde podían. Así llegué a la estación de tren donde había una cacería. La policía entraba disparando persiguiendo a los manifestantes y yo me fui hacia la derecha, a un hall donde una mujer sufría un ataque de asma desesperante. Cuando vuelvo a la zona del hall, veo a Maximilano Kosteki en el piso. Siguen los disparos, y cuando me agacho para tomarle una foto al cuerpo inmóvil, pasan dos policías arrastrando a Darío Santillán acribillado por la espalda; la mancha de sangre era evidente”.

El relato de Martín continúa. “Ya en la vereda se acerca Franchiotti a Darío que permanece mal herido, boca abajo, y lo levanta tirando de la bufanda que tiene anudada al cuello para reconocerlo. En ese gesto entendí el odio y la satisfacción de la tarea realizada. Dentro de unos meses, cuando la pandemia haya aflojado, un pibe de 18 años tomará el tren Roca por primera vez. El tren se detendrá para el recambio de pasajeros y a través de la ventana podrá leer el nombre de la estación: Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Es nuestra obligación explicarle a nuestros pibes quienes fueron Maximiliano y Darío para que cuando vean el cartel en la estación, entiendan que les debemos mucho de lo que cambió para mejor nuestra historia, que fueron jóvenes ejecutados a manos de la policía por el odio y el resentimiento y que ese hecho terrible terminó precipitando un cambio político y social verdadero y esperemos, duradero”.

La historia se puede contar desde muchos lugares, armar como un artefacto móvil, que nos permite ver los distintos puntos de vista de acuerdo a quienes la relaten. Los hechos del 26 de junio de 2002 se habrían contado de un modo muy distinto si no hubieran existido los precisos testimonios gráficos y visuales que provocaron una crisis política tan grave que determinó el llamado a elecciones.

Hoy las figuras de Darío y Maxi siguen vivas en el imaginario porque encarnan el ideal de una militancia generosa y lúcida, porque sus compañeras/os y sus hermanas/os, mantienen su memoria viva a través de las luchas y de la organización popular.

Fuente: vaconfirma.com.ar

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