Noticias | julio 11, 2020

Historias de deseo, amor y dolor. Un diálogo sobre maternidades cuir


Armarios, rebeldías, hormonas, reproducción asistida, pero sobre todo, deseo de familias desviadas de la norma: bollos, trans, poliamorosas, migrantes, madres que ejercen el trabajo sexual. Todo esto aborda el libro Maternidades cuir, editado por la editorial Egales y coordinado por Eva Abril y Gracia Trujillo, del que publicamos un extracto, un diálogo entre las coeditoras, quienes dicen que unos de los elementos inherentes a la maternidad lésbica es que es una maternidad deseada.

Diálogo entre las coeditoras
En Madrid, dos tardes de la primavera de 2019.

Eva Abril—: Teníamos prisa. Era un domingo por la mañana, habíamos quedado para comer con la familia y llegábamos tarde. No corríamos por casa, pero estábamos todas un poco aceleradas: nosotras, por tener que prepararnos para marchar; Jan, porque tiene cuatro años y siempre va así por las mañanas, con las pilas recién cargadas y con ganas de jugar. Es decir, como cualquier persona pequeña.

Jan llevaba unos días jugando con una pistola de bolas que nosotras no queríamos que tuviese, pero que por eso mismo fue el juguete elegido en la feria cuando se fue con su tía y pescó unos cuantos patos. Entre “Termina de desayunar”, “Ponte la ropa”, “Ven, que te calzo”, “¿Sabes dónde está mi chaqueta azul?” y otras muchas cuestiones logísticas, él nos iba apuntando con la pistola y nosotras le íbamos repitiendo que no lo hiciese. Se lo íbamos repitiendo cada vez con un poco menos de paciencia, cosa que hacía que apuntarnos fuese más divertido… hasta que a mí se me acabó la paciencia, le quité la pistola y la rompí. Claro, a mí no me gustan las pistolas porque son violentas, y la mejor idea de demostrárselo a mi hijo es con violencia; todo superlógico.

Cuando rompí la pistola, justo en el segundo después o, mejor dicho, en el segundo y medio que duró la acción, yo ya me estaba arrepintiendo, pero la verdad es que no sirvió de mucho. Mi pareja se enfadó, y con razón; mi hijo simplemente se quedó alucinado unos 30 segundos y después comenzó a llorar desconsolado y me dijo: “Ahora te romperé yo algo tuyo”. Para no alargarme mucho más: les pedí muchas veces perdón, abracé mucho tiempo a Jan y arreglé la pistola lo mejor que pude con cinta aislante.

Pensar en la maternidad, en mi maternidad, me lleva directa y constantemente a mi infancia, a mi construcción personal y a cuestionarme cómo mi parte más masculina puede ser muy negativa a la hora de educar a mi hijo. Al final, muchas personas, en mayor o menor medida, nos hemos construido con un modelo de masculinidad tóxica muy concreto y determinante. Recuerdo cómo para mí era normal que me insultaran por jugar al fútbol y no a las muñecas, llevar el pelo corto… por parecer un niño más, pero sin ser ni querer ser un niño más: yo era una niña. En definitiva, pagaba el peaje por no comportarme como debía. Y no estoy hablando de violencia entre iguales; muchas veces esa violencia venía de parte de los padres y madres de las personas con las que jugaba. Yo no entendía el porqué de mi sola existencia los agredía. Aprendí a defenderme como pude y en muchas ocasiones fue de forma físicamente violenta. Ahora me parece impensable reaccionar así; por ello mi reacción con la pistola me dejó bastante preocupada. Es curioso cómo en este proceso de maternaje me encuentro de manera recurrente yendo al pasado; es un continuo diálogo interior de ida y vuelta. Y veo a mi madre y a mi padre de manera distinta. También comprendo muchas cosas que no podía entender antes, no solo sobre ellos, sino en general de mi infancia, adolescencia y cómo nos construimos. ¿A ti también te pasa?

Gracia Trujillo—: Totalmente. Creo que una de las cosas que nos sucede en esta “aventura” de la maternidad es el pensar en la infancia, la relación, en mi caso, con mi propia madre, con mi padre, mis hermanxs… parece algo casi inevitable. Yo ando en esos viajes de ida y vuelta también, me vienen recuerdos de cuando era pequeña; todo esto me está haciendo reflexionar mucho sobre la relación con mis familias (la biológica y la elegida), sobre cómo veía yo el ser madre hasta hace pocos años, la desidentificación con esa idea o ese proyecto que tuve durante tanto tiempo, con esa etiqueta, “madre”, y mis intuiciones sobre por qué no me decidí antes. Todavía hoy tengo que reconocer que me cuesta, aunque he pasado a reivindicarla al pensar en su dimensión política, pero también y sobre todo porque estoy viviéndola, porque me ha tocado la fibra afectiva, y aquí ya no hay vuelta atrás, o no es tan fácil: me llaman “Mamááá”, eso me enternece y pienso: “Venga, vale” (risas).

A mí mis hijxs me están enseñando mucho, porque me veo a mí misma en mi relación con ellxs; a veces hasta me sorprende una paciencia que ni yo misma pensé que tenía y otras veces, creo que las menos, o eso estoy intentando, me sale el grito huracanado cuando ya no puedo más. En estas últimas, se quedan alucinadas, claro, y el ver sus caras me hace reflexionar mucho sobre intentar no llegar al punto del enfado. A veces no sólo es complicado, sino casi imposible; intento razonar, prefiero mil veces explicarles las cosas, hacerlo con calma, con cariño, poniéndome en su lugar, pero la crianza también es agotadora y hay momentos que te superan. Quien esté en esto, o cerca, sabe de lo que hablo. Es dura y es mágica, genial, al mismo tiempo; hay un montón de momentos muy chulos, desde luego, que hacen que todo merezca la pena. Tú has empezado precisamente contando un momento de agobio con tu peque, cuando te he dicho que empezáramos a grabar por ahí… Es todo un aprendizaje, ¿no?

Eva Abril—: Ya ves que sí es un aprendizaje, y una reflexión.

Gracia Trujillo—: Y nosotras, además, tenemos esto de ir andando en la crianza sin responder al modelo heterosexual y heteronormativo, cuestionándolo al mismo tiempo… y no tener referentes tiene sus más y sus menos, como ya sabemos. Yo prefiero pensar en lo positivo de recorrer caminos que vas eligiendo; aunque haya momentos que sea difícil, nos los vamos inventando —literalmente— muchas veces, con la potencialidad política y vital que eso puede tener. No sé qué tal llevas tú esto o si te habías imaginado el ser/estar madre, la crianza, de otra manera. ¿Cómo empezó en tu caso todo el proceso?

Eva Abril—: La verdad es que yo siempre había querido sentir lo que era estar embarazada, creo que desde el mismo momento en que me explicaron cómo veníamos al mundo. Y lo que también tenía muy claro es que iba a ser madre y no iba a tener marido. Cuando lo verbalizaba así, directamente, las personas adultas me miraban extrañadas. No sabía cómo lo iba a conseguir, pero tenía claro que así sería y así ha sido. Cuando se fue acercando el momento que yo creía que era el adecuado para comenzar con el proceso, nació mi sobrina Vera. En ese momento yo no tenía pareja y, al vivir tan de cerca lo que significa criar y lo que implicaba, decidí que sola no quería quedarme embarazada. Y eso que mi hermana y mi cuñado comparten la crianza y el compromiso que supone de manera absolutamente igualitaria. Aun siendo así, pensé que era una implicación tal que yo sola no quería asumir.

Y ahora que vivo este proceso, que además es compartido, puedo decir que la crianza está siendo el mejor momento de mi vida. Que es verdad que es a veces duro y que tienes que renunciar a determinadas cosas, pero que, al haber sido madre con 40 años, ya has hecho muchas cosas y ahora te cuesta menos renunciar a ellas.

Gracia Trujillo—: Sí, es la edad y es el deseo también, ¿no? A mí me parece que uno de los elementos que compartimos en este amplio mundo de las maternidades bolleras, cuir, es ese: el deseo de criar, de educar, de cuidar… no tanto, o no en todos los casos, de gestar o de dedicarse a la lactancia (que, en general, lo que vemos es que se acaba negociando quién lo hace de las dos, en el caso de que sea una pareja o dos personas involucradas, o quién quiere comenzar y quizás la otra se anime después). Pero sí está ahí el deseo de verse en esto del maternaje… Y esta es una diferencia brutal, creo yo. Sobre todo, pensando en el debate dentro de los feminismos sobre la maternidad o las maternidades… Se ha peleado mucho el hecho de que no sea un horizonte impuesto, y está muy bien, claro, hemos batallado por el derecho al aborto y ahí siguen muchas compañeras a nivel global… Pero tenemos todavía pendiente ver qué hacemos con las maternidades deseadas. Yo creo que desde los feminismos, en general, no se sabe muy bien qué hacer con esto ahora, ¿no? Muchas cosas que leo desde una perspectiva feminista van un poco en la línea de “Pero ¡despertad, que la maternidad era y es una trampa!”. Sí, pero tal vez no, o no en todos los casos, depende… Me parece en ocasiones un ejemplo más de cuando la teoría se nos va por un lado y la realidad, las vidas de las mujeres o sujetos gestantes de carne y hueso, va, vamos, por otro… ¿Qué opinas tú sobre esto?

Eva Abril—: Pues, mira, para mí la maternidad está siendo de todo menos una trampa. Y me parece que muchas veces esa visión se hace sobre todo desde las feministas heteros. Lo problemático yo no creo que sea la crianza, así, en general; yo creo que el problema es ser mujer cis feminista y enamorarte, acostarte y compartir crianza con personas que no creen que el feminismo sea el único camino para el cambio que claramente se necesita. Por eso yo creo que, cuantos más espacios y lugares conquistemos las personas que tenemos maternidades invisibles —o más bien invisibilizadas—, más fácil será para otras poder imaginar otras formas de criar y de vivir en general.

Mucha gente se preguntará que qué diferencia hay entre una maternidad de una lesbiana de otra que se autodefine como queer o cuir. Para mí lo queer es un posicionamiento político de resistencia activa a un modelo que nos es perjudicial para la vida. Por eso yo no puedo entender el feminismo sin una mirada antirracista, anticapitalista, anticapacitista, ecologista, y lo que esto supone en la práctica.

Gracia Trujillo—: Totalmente, no puedo estar más de acuerdo. Creo, de hecho, que una de las cosas que más retos nos ha supuesto a la hora de pensar este libro, o al menos hasta ahora, ha sido precisamente cómo definir o dibujar los contornos de eso que hemos llamado “maternidades cuir”, que son las raras, las otras, las no asimilables, las diferentes, las nuestras. Y una clave está en la diferencia en el uso del lenguaje: frente a maternidades lesbianas, sin más adjetivos —y, ojo, que no tengo yo ningún problema, sino todo lo contrario, con la palabra lesbiana, que me encanta—, aquí decimos maternidades bolleras, cuir, transfeministas, con las implicaciones políticas que estos términos tienen frente a otros, como familias diversas, homoparentales o elegetebé.

Eva Abril—: Sí, mira, te comento lo de la práctica que te decía. Cuando yo pensé en ampliar el núcleo familiar que ya teníamos mi pareja, nuestra perra Lula y yo, no pensé en que mi relación sería eterna; ella, el amor de mi vida, y todas esas cosas que solemos proyectar a futuro. Pensé en que, si la relación sexoafectiva que tenemos se acabase, ella y yo podríamos seguir siendo unas personas responsables, cariñosas y amables no solo con nuestrx hijx, sino también entre nosotras para mantener el compromiso que hemos asumido con Jan.

Otra forma distinta de crear nuestra familia fue con el tema de tener que ir a una clínica y pasar por cosas tan absurdas como que mi pareja tuviese que hacerse un análisis de sangre para ver su estado de salud. Preguntamos para qué y nos dijeron que era el protocolo.

Gracia Trujillo—: Me estoy acordando ahora escuchándote de que yo viví lo mismo… ¡Esto se me había olvidado! Yo pregunté la razón por la que tenía que hacerme un análisis de sangre si no iba a “participar” en el proceso y, después de insistir en más de una conversación con la ginecóloga, al final, a regañadientes, me explicó que era parte del protocolo, como comentas tú, que tenían que asegurarse de que la pareja (o sea, yo) no era fuente de posible contagio. En realidad, lo que planeaba era la posibilidad de una denuncia a la clínica en caso de un contagio durante la inseminación o la FIV o lo que fuera, así que con el análisis lo que quieren es asegurarse de que ese contagio, posible motivo de denuncia, no hubiera sido previo. Como no me quedé nada conforme y algo me sonaba sospechoso, se lo comenté a una hermana mía que es cirujana. Su reacción al teléfono fue: “Uy, aquí, en mi hospital, ven entrar a alguien con un mínimo de pluma y lo primero es un análisis de sangre”. “Ajá, ahí queríamos llegar”, le contesté yo.

Esta es una de las violencias más o menos sutiles que fuimos sumando durante el proceso con la clínica. Después llegaría el tema del registro, el tener que casarnos, algo que yo personalmente no hubiera hecho si no hubiera estado la filiación de nuestrxs hijxs en juego. Estas son las violencias administrativas de las que habla Dean Spade, tal cual.

Eva Abril—: Sí, nosotras también, para tener el libro de familia, nos tuvimos que casar, porque si no mi pareja no hubiese sido madre, ya sabes, hasta pasar por un trámite de adopción, trámite no exento de riesgos, como por ejemplo que un juez no estime oportuno reconocer la filiación. Yo en este tema quise dar la batalla y no casarnos, pero pensé más en si me pasaba algo durante el parto y en qué sucedería con mi familia y decidí casarme.

Al hablar de lo de casarse o no, me he acordado de lo que supone para la familia oficializar un hecho a través de un ritual que a mí me parece bastante absurdo. Y algo gracioso de todo esto para mí es cómo la familia sale del armario con la llegada de una nueva personita a casa o de una boda más o menos discreta, ¿no? Los abuelos y abuelas en general están supercontentos y van saliendo de ese limbo que es el armario, en donde a veces las puertas estaban entreabiertas, no definidas. Y te das cuenta de que ser familia es una cuestión de autodeterminación: nadie va a ser padre o madre de una persona porque lo diga un papel o un juez. Puede ser que una persona tenga una “carga familiar”, pero ser padre, madre o xadre es imposible sin un compromiso, sin una implicación, sin una voluntad.

También creo que como sociedad debemos darle una vuelta al paradigma de familia, al peso de la biología, al concepto casi de propiedad que tenemos sobre los menores en general. Yo siempre pienso que lo que Jan necesita es saber que yo soy su madre, que soy suya, en ese concepto de pertenencia que creo que demanda ahora en sus primeros años de vida. Pero yo debo construir mi relación con él sabiendo justo lo contrario, que él no es mío, que yo como adulta ya sé que las personas no pertenecemos a nadie. Y ya le voy hablando a él, poco a poco, de que yo tampoco soy exactamente suya, pero poco a poco, con mucho amor y sin cuestionar nunca el vínculo, cultivando el apego.

Gracia Trujillo—: Sí, nos va a tocar desmontar los mitos del amor romántico también con lxs hijxs (risas). Yo de momento estoy en fase de amor brutal, así, en plan leona; no puedo quererlas más. Quizás más adelante, cuando me digan “Mamá, paso de ti” y esas cosas, me lo plantee de otra manera, pero desde que nacieron (y antes) me tienen con el amor, y el orgullo también, disparado. Pienso mucho también en la cuestión de que es todo un reto educar a dos personitas a las que, de momento, les han asignado al nacer el lugar de niñas… Yo tengo muy claro que las voy a empoderar todo lo que pueda y más, en plan guerreras, en este mundo desigual. Pero además nos toca hacerlas fuertes también frente a los estereotipos y los prejuicios; les van a cuestionar su propia familia, que tengan dos mamás y cuarto y mitad de tías y tíes… Y ahí es donde creo que es muy importante que nos vean fuertes, visibles, orgullosas en el cole, en la calle, en el hospital, en todas partes. ¿Dos mamás? Claro, y mira tú qué bien y qué felices estamos todas.

Eva Abril—: Yo me acabo de acordar, con esto de las construcciones sociales y estereotipos que romper o cuestionar, del tema de cómo quieres que te llamen tus hijos y cómo proyectamos anhelos del tipo “Yo seré mami; tú serás ma o mamá” y mare o múltiples combinaciones. Me acuerdo de que, cuando estaba embarazada, pensé en hacer que Jan me llamase papá por esto de resignificar las palabras. Luego pensé que la primera que me iba a liar era yo y que a lo mejor me estaba pasando (risas). Y lo más gracioso de todo es cómo, al final, me llama mi hijo. Y es que me llama Eva, simplemente. Es verdad que, si estamos en algún sitio en donde necesita reivindicarse como mi hijo, me llama mamá, pero en general me llama Eva y la gente se sorprende mucho.

Y de otra cosa que me he acordado escuchándote es que, cuando me dijeron que Jan en principio era niño, me apenó muchísimo mi sensación de tranquilidad. Fui consciente de que si se comporta socialmente como un hombre cis la vida le va a ser más fácil, y esa realidad me dio mucha pena. Pero, claro, nosotras ahora tenemos otro reto muchísimo mayor y es educar a alguien para que sea consciente de sus privilegios y que no solo no los use, sino que quiera, en la medida de sus posibilidades, cambiar esta realidad social. Otra cosa es intentar educar de la manera más neutra posible respecto al género; es una batalla constante contra todo un sistema. Tú puedes intentar por todos tus medios que sus juguetes, ropa, dibujos, etc. sean lo menos polarizados posible, pero cuando llega a la escuela todo esto salta por los aires. La escuela es uno de los mayores aparatos de verificación de género que existen y te tienes que implicar mucho en la comunidad educativa para realizar cambios de toda una fortaleza que te juega a la contra. ¡Parecemos siempre truchas subiendo a desovar!

Aunque luego te das cuenta de que muchas veces nuestra sola presencia en la escuela se convierte en un detonador de oportunidades. Al final la gente se relaja, porque la realidad es que las familias nucleares cada vez son menos y que hay familias monomarentales, interraciales, intergeneracionales, etc. que te ven como aliadas en su “rareza”. Y vosotras ¿cómo lleváis el tema escuela?

Gracia Trujillo—: Nosotras hemos empezado la aventura hace poco, unos meses tan solo. Tuvimos mucha suerte porque conseguimos plaza en una escuela infantil del Ayuntamiento que tiene un personal y un proyecto educativo muy interesante, inclusivo, feminista, donde lxs enanxs no pueden estar más contentas. Un lujo de cole. El primer día nos tocó a las familias presentarnos en una reunión con la maestra y la verdad es que la sensación que tuve fue “Pero ¿cómo estar en el armario aquí?”. No sólo me pareció medio imposible, sino contraproducente total, así que dije: “Hola, nosotras somos las mamás de Sarah y Lea”. En esa misma reunión una madre dijo que ella estaba criando sola y había alguna que otra pareja separada. Esta es la realidad que tenemos en las aulas; las familias somos diferentes y está genial que sea así. Con nosotras, en concreto, no he visto hasta ahora ninguna mala cara ni reacción adversa; creo que esto es una cuestión de aprendizaje colectivo también. Y, como tú comentabas, de irse aliando entre esas rarezas maravillosas y con toda la gente cómplice posible. También soy consciente de que el año que viene nos toca cambiar de centro —este es sólo de 0 a 3— y empezaremos en otro espacio y con otras edades en las que todo va a complejizarse. Pero, bueno, se hace camino al andar. El otro día vi un cartel, como una pancarta gigante, en el patio del Reina Sofía que dice algo así como que los futuros queer se van construyendo cada vez que creamos imaginarios de vivir de otra manera. Y en esas estamos, ¿no?

Eva Abril—: Estamos.

Fuente: Pikara Magazine

CONTACTO

Para cualquier consulta o duda que tengas escribinos aquí abajo.