Noticias | julio 25, 2020

La filósofa peregrina


María Cristina Lugones tenía una relación especial con Buenos Aires, la ciudad donde nació en 1944. La conocía por las casas ya casi extintas donde se encuentran partituras de melodías tangueras y folklóricas, por los murmullos que pululan en los cafecitos y milongas, y también por esos pasillos que la tuvieron de alumna, como la primaria sobre la calle Ramón Falcón. Buenos Aires era una de sus ciudades, pero también era un lugar donde sentía a veces que desafinaba. Como la vez que llegó de visita después de haberse ido a cursar la universidad en Estados Unidos. El portero del edificio donde vivía su familia, en el barrio de Recoleta, le dijo que tenía que entrar por la puerta de servicio. Lo sintió como una nota que desentonaba con la posición de su familia, pero María todavía no tenía un vocabulario para explicar esa vivencia en base a las relaciones de clase, raza, y género en Argentina. No por nada, ella contaba, en la niñez de su casa siempre fue la negrita.

En los grupos de toma de conciencia feminista de los años 70 volvió a examinar esas vivencias. Comenzaba a encontrar las claves para entender los contornos carnales donde se esconde el racismo. Iba retornando constantemente a la situación propia y aprendiendo a tejer contribuciones casi sin precedentes en los feminismos antirracistas y tercermundistas de los últimos cincuenta años, tanto en el hemisferio norte como sur del continente. Entre los 70 y principios de los 80, matizó su afinidad por el separatismo lesbiano con las prácticas de la base antirracista porque para pelear el racismo, María pensaba, hacía falta toda una comunidad con la cual enfrentar, política e intelectualmente, la simultaneidad de opresiones que afecta un territorio. Con su matización de los recursos de varias comunidades marginales, practicaba un viajar-entre-mundos. Hasta su fallecimiento en Syracuse, New York, el 14 de Julio de este mes, María fue una luchadora incansable, cuya estatura intelectual y política le permitió enriquecer varios mundos interrelacionados, desde la lucha para erradicar todas las formas de violencia basadas en el nexo entre género y raza, hasta la teorización de la resistencia dentro de los movimientos sociales, y desde la práctica de la educación popular para la formación de coaliciones políticas—como la coalición de Mujeres-de-Color—, hasta la propuesta de la colonialidad del género y del feminismo decolonial.

María hizo todos sus estudios universitarios en el campo de la filosofía, obteniendo una licenciatura de la Universidad de California (Los Angeles) a finales de los 60 y sus títulos de maestría y doctorado de la Universidad de Wisconsin-Madison en la década siguiente. Su tesis doctoral, de 1978, se enfocó en el concepto de la amistad en la Ética a Nicómano. Además de comenzar con los grupos de toma de conciencia feminista en Madison, se abocó a los métodos de concientización que propusieron Paulo Freire y Myles Horton. Su inserción en las comunidades Latinas, Chicanas, y Nuevomexicanas por medio de la educación popular, la llevó a fundar con otres dos camarades la Escuela Popular Norteña con asiento en Valdés, New Mexico.

Teoría y prácticas

Su proyecto-vida estaba enraizado en el principio ético, «me niego a pensar lo que no voy a practicar.» De ese modo conjugaba la teorización y praxis de coaliciones de diferencias no-dominantes, la praxis que hace teorizar y la teorización que hace caminar. Consideraba que los márgenes sociales son un espacio/tiempo de potencia liminal; es decir, sin definiciones terminantes. Enseñan el arte de tantear lo social, de ir haciéndose una idea de la ubicación de los cuerpos, delicadamente, con la incertidumbre de no saber qué pasará si nos movemos o relajamos. Los marginales, en palabras de María, van tanteando texturas, grietas, rincones, por medio de los cuales se germinarían hasta las intenciones más endebles de la resistencia social. Para ella, la coalición era y es un espacio siempre en formación, de rehumanización, (co)existencia, interdependencia, aprendizaje y comprensión de opresiones y resistencias vividas, y de inter-epistemologías, interculturalidades, e interversalidades.

A finales de los 80, María era parte de un movimiento comprometido con el desarrollo del feminismo filosófico. Durante sus visitas frecuentes al país, tuvo un rol en la formación de la Asociación Argentina de Mujeres en Filosofía (AAMEF). Mientras tanto, en Estados Unidos, batallaba por la inclusión de cursos obligatorios sobre minorías e historias no-occidentales en los estudios de licenciatura. Su acercamiento a los feminismos no-hegemónicos en Abya Yala comenzó con el encuentro, en la segunda mitad de la década de los 90, con materiales del Taller de Historia Oral (THOA) de Bolivia, incluyendo los de una de sus fundadoras-colaboradoras: Silvia Rivera Cusicanqui. María encontró allí un análisis con el cual podía conectar las migrantes Aymaras, la explotación capitalista y la opresión colonial que sufren, con las condiciones de marginalización de las mujeres de color en Norteamérica como las que había ilustrado la Chicana Gloria Anzaldúa. Habiendo dejado su puesto en Carleton College, donde fue profesora desde mediados de los 70, María se incorporó a la Universidad de Binghamton y comenzó a tender puentes entre tres espacios: la convergencia de análisis globales de los patrones coloniales de poder con los movimientos de decolonización; la lucha de base para eliminar todas las formas de violencia de género contra personas marginalizadas racialmente; y las disputas de los pueblos originarios y afrodescendientes para elaborar sus propios recursos interpretativos y con ellos guiar un buen vivir.

En la primera mitad de la década de 2000, María se integró al grupo modernidad/(de)colonialidad. Encontró un colectivo para teorizar y caminar lo decolonial con la compañía de Aníbal Quijano, Walter Mignolo, Arturo Escobar, Edgardo Lander, Nelson Maldonado-Torres, Zulma Palermo y Catherine Walsh, entre otros/as/es. El papel de María en el grupo fue clave. Con su manera amorosa, pedagógica, crítica, y políticamente constructiva, María suscitó en el grupo un giro decolonial interno, posicionando el género y sexualidad no como unas categorías más, sino como constitutivos, juntos con la raza, del poder colonial. A pesar de las limitaciones que ella veía en el esquema de la colonialidad introducido por Quijano, incluyendo su heteronormatividad y dimorfismo biológico, no lo rechazó. Más bien, lo amplió y nos dió un concepto analítico más riguroso.

Libres de policía

La lucha contra toda forma de violencia basada en género se materializó en la construcción de zonas-libres-de-daño, un proyecto que emergió con los talleres de la Escuela Popular Norteña y, sobre todo, en encuentros con mujeres de color de varias comunidades. Con metas similares, María colaboró con INCITE!, la coalición de personas de color—mujeres, personas no-binaries y trans—en contra de la violencia, y creó el Taller de Políticas de las Mujeres de Color en Binghamton. En este último, con la participación de Shireen Roshanravan, Gabriela Veronelli, y Jen-Feng Kuo, entre otres, propusieron la abolición del estado policíaco y el establecimiento de una justicia alternativa comunitaria. Un detalle importante ya que, en el contexto actual del movimiento Las Vidas Negras Importan, también se busca desmantelar la policía.

En la primera década del milenio vivió periódicamente en Jujuy así como en Cochabamba y La Paz, Bolivia. Aprendió, entre les habitantes de Maimará, a entretejer el pensamiento ritualizado de la quebrada con las meditaciones del filósofo Rodolfo Kusch. María y Joshua Price, su entrañable camarada y compañero, tradujeron al inglés el libro de Kusch, Pensamiento Indígena y Popular en América. Las cosmologías andinas fueron el inicio de su giro decolonial. Con Filomena Miranda Casas, su maestra de Aymara, María reconoció los rastros de una organización comunal con los cuales contrarrestar la desvalorización de las mujeres del altiplano boliviano. En la última década de su vida, sus aportes a los feminismos de Abya Yala encontraron interlocutoras en el Grupo Latinoamericano de Estudio, Formación, y Acción Feministas.

María también fue la inspiración para CPIC (Centro de Filosofía, Interpretación y Cultura), un grupo político intelectual en la Universidad de Binghamton con casi quince años de vida. Ella entendía la importancia geopolítica de CPIC para corromper las lógicas eurocéntricas de la educación universitaria desde adentro. Tenía claro que el conocimiento que no mantiene separados a quien investiga y su objeto carece de legitimidad en la academia y que, por ello, precisa de una comunidad para germinar. CPIC hizo de lo comunal un eje vertebral de pensamiento y acción. La comunalidad como intención, proximidad encarnada, y percepción alterada, es una alternativa a la política dominante del saber. María, como mentora y amiga, ofrecía su casa para las reuniones, a las cuales la colectiva asistía para realizar visiones políticas, compartir el entusiasmo de aprender, y encontrar la generosidad que la universidad les negaba. “La Lugo,” como se la llamaba en CPIC, inició un tejido colectivo que abrigará a sus miembres como intelectuales, pero también como personas de amor y cuidado.

Tal vez su contribución más conocida en América Latina es la de la colonialidad del género. Al visibilizar la interseccionalidad entre raza, clase, género y sexualidad, María puso en el centro de atención a las mujeres de color, quienes son víctimas de la colonialidad del poder e, inseparablemente, de la colonialidad de género. Así interrumpió la hegemonía del feminismo blanco predominante en América Latina hasta ese entonces, estableciendo los fundamentos de feminismos decoloniales. Y evidenció cómo la indiferencia, complicidad y colaboración de los hombres, incluyendo los hombres de color, ha sido parte misma del legado del colonialismo, tanto en la vida cotidiana como en la teorización de opresión y liberación.

La familia de María cuenta que, después de su muerte, ella quería ser semilla porque quien es semilla, germina en otras/os/es. Ella supo ser el germen de muchas transformaciones, algunas más visibles y otras más personales. Tenía una concepción muy peculiar de la familia porque no le importaban tanto los lazos de sangre, sino los vínculos, las conversaciones, y los encuentros. Era una fiesta cada vez que tenía una charla con amigas/os/gues, hermanes, estudiantes, o colegas. Se encendía y renacía al pensar y charlar con otres, exprimiéndoles el jugo a los pensamientos. El diálogo se transformaba en un tejido de ideas, que cambiaba el mundo y lo llenaba de posibilidades. Para su ser creativo, cada cosa que hacía llevaba integridad y belleza. Si María invitaba a comer a alguien, era un lujo: escucharla cantar junto al piano, en las fiestas, o en su casa, era un honor. Desarmaba los tangos, sintiéndolos e interpretándolos con voz grave y, a la vez, sumamente dulce. Encontrarse con María era como esas visitas a su casa, los detalles detenían a cada paso la atención, llenando la imaginación de color, texturas, e historias. Las fiestas de fin de año eran un carrusel de regalos, que había ido juntando despacio mientras pensaba minuciosamente quién iba a recibirlos. Los vestía para la ocasión, con papeles pintados de frases secretas y que, al abrirlos, revelaban una tela que se conocía por primera vez.

Leer a Lugones

Las obras de María se han traducido a varios idiomas, desde el portugués, pasando por el francés, alemán, español, holandés, y hasta el chino-mandarín. Publicado en inglés en 2019, el libro Hablando Cara a Cara: La Filosofía Visionaria de María Lugones abordó sus contribuciones a numerosas áreas de estudio. La traducción al castellano de su colección Pilgrimages/Peregrinajes será publicada por Ediciones del Signo el año próximo. Sus enseñanzas seguirán tanteando lo social en búsqueda de mundos donde germinar. En el 2012, cuando visitó la Universidad Nacional del Comahue en una de esas búsquedas, se encontró con comunidades Puel Pvjv y Mañke. A diferencia de lo que le había pasado con el portero del departamento de Buenos Aires, el cual le había dicho que entrara por la puerta de servicio, las compañeras Mapuce le preguntaron, “hermana, ¿por qué te has ido tan lejos?”

María Cristina Lugones fue una persona que caminó entre mundos, siendo genuina en cada paso. Su ser animal eran los cuervos y amaba a todos los pájaros, árboles y flores. Adoró a sus amautas entre-especies, la gatita Zohar y la perrita Wawa. Hoy le damos un adiós colectivo, un hasta siempre, a la pajarita cantora, peregrina, hermana, compañera fiel, maestra, filósofa, camarada, tortillera iniciante y respondiente en ese danzar arrabalero que fue y seguirá siendo su tango.

Fuente: Página 12

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