“No se puede dejar el acceso a la vivienda en manos del mercado”
Seis personas viviendo en una pequeña habitación, barrios enteros sin agua potable o servicios básicos. En plena pandemia, el hacinamiento es la moneda corriente de varias zonas de la Ciudad. Pero también es la misma Ciudad que, a su vez, acumula torres sin estrenar y departamentos vacíos que juntan boletas y polvo por igual. El déficit habitacional no es ninguna novedad, pero el aislamiento social corrió un poco el velo del distrito más desigual del país. “No se puede dejar el acceso a la vivienda en manos del mercado”, repite a Caras y Caretas, Jaime Sorín, decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Avellaneda (UNDAV). Y aclara: “Embellecer esta ciudad es, justamente, tener una buena vida. Que sus habitantes no se mueran por falta de agua. No es cambiar una baldosa cada tres meses”.
En la larga charla, el arquitecto no puede con su genio y en cada respuesta aborda conceptos con un claro tono pedagógico. Es que, además del cargo en la UNVAD, este padre de dos hijos (María Victoria, doctora en Física y Juan Pablo, exfutbolista) fue, también, decano de la Universidad de Buenos Aires y vicerrector de la misma casa académica. Para el investigador, la carrera de Arquitectura no puede reducirse solo a planos y obras. “No se puede conocer, solo, la realidad de las revistas de decoración. Las sociedad no está hecha solo por aquellos que pueden pagar una casa a precio de mercado”.
-La cuarentena marcó aún más la contradicción en la Ciudad: mientras familias enteras se aíslan en condiciones de hacinamiento, el porcentaje de viviendas ociosas va en aumento.
-Los números son claros. El año pasado, en el censo que hizo el macrismo, se registraron 138 mil viviendas desocupadas en la Capital. El doble de personas (y un poquito más) vive en las villas de la Ciudad. Yo creo que hubo una visión errada del Gobierno porteño: insisten con urbanizar las villas. A las villas no hay que urbanizarlas, ellas ya son parte de la Ciudad. Lo que no hay que hacer es excluirlas, minimizarlas, pintarle un frente o poner una cancha de fútbol y desentenderse de la problemática. Su mayor problema es la falta de servicios generales, en la mayoría no hay cloacas.
-Y, en ese sentido, ¿qué efectos podría reproducir el encierro en esas condiciones precarias?
-El hacinamiento genera problemas mentales. Y ahora, en esta situación particular, se potencia aún más. La Ciudad tiene un porcentaje altísimo de hacinamiento, sobre todo en la zona sur, que puede llegar alrededor del 20 por ciento o incluso más. Así que tenemos muchas viviendas en las que conviven dos familias, con los jóvenes que no se pueden independizar y con sus parejas tuvieron hijos. Todo esto es algo que se debe debatir, poner en relieve. No se puede hacer como si nada hubiese pasado.
-El hacinamiento no se dio de un día para el otro. ¿Hubo algún germen histórico?
-Hay que hacer una distinción entre Buenos Aires y el resto del país. En el interior, si bien tienen déficit importantes, se vive otra realidad. El grueso del problema está en el Área Metropolitana. Esto empieza con la migración, la primera de ellas, a fines de siglo XIX. Allí se formaron los primeros conventillos, que fue la primera señal del hacinamiento. Ese fue el primer problema habitacional. En 1930, sin embargo, el problema se agudizó. En toda esa década surgen las primeras villas, por ejemplo, en Puerto Nuevo. La crisis de esos años recrudeció la situación. Y el otro salto migratorio fue con la llegada de la gente del campo, sobre todo durante el primer peronismo, con el desarrollo de las fábricas. Sin embargo, ahí también comenzó la primera política pública habitacional: se construyen 500 mil viviendas sociales. Lo otro que se destaca es que cada vez que aparecen gobiernos neoliberales, puede ser el de Macri, pero también en la Revolución Libertadora, el Estado se retira, deja las cosas en mano del mercado y éstos atienden a solo los que pueden pagar. En los 90 también fue un caso paradójico, hubo 300 mil porteños que se mudaron a barrios privados y countries, pero la ciudad no disminuyó su población, aparecieron otros 300 mil que se acomodaron en las villas.
-Otro tema central la creciente suba de inquilinos. Según el Observatorio de la Ciudad, el 40% de los porteños son inquilinos. Entonces se da un fenómeno similar a la meritocracia: la vivienda propia son los padres.
-El acceso a la vivienda, en manos del mercado, hoy es imposible. No solo pasa acá en la Ciudad, pasó en Chile, en España, en Estados Unidos, con la crisis hipotecaria. Si los bancos son los que van a resolver el problema, no hay solución posible. En Chile se acuñó una frase muy certera: ni casas sin gente ni gente sin casas. Acá se había armado una bola imposible de desandar con los créditos UVA. Ni quiero pensar qué hubiera pasado si seguía Macri.
-De ahí a la necesidad de que el Estado intervenga…
-El Estado debe tener un rol activo en lo financiero pero también tiene que ser un Estado que construya. Incluso, para alquilar los lugares. Si el Estado construye para alquilar, también va a regular el valor de los alquileres. Y lo mismo pasa con las viviendas que están desocupadas. El problema no es que haya inversión de resguardo, es decir aquel que invierte en una propiedad, el problema es que no se le cobre un impuesto diferencial a que haga eso. Es una renta, debería pagar. La vivienda es un bien social. Si vos apostás a la valorización y lo querés tener vacío, tenelo vacío, pero hay que pagar un impuesto diferencial. Pasa en todos los lugares del mundo y acá debería hacer lo mismo.
-Acerca del urbanismo en la Ciudad. ¿Qué opinás sobre las acciones del Pro, en enfocarse en arreglar baldosas, incorporar bicisendas y metrobus?
-Embellecer una Ciudad es tener una buena vida. Y para que eso exista no tiene que haber ocho mil personas, o más, viviendo en la calle. O que los barrios de emergencias se no puedan integrarse con todos los servicios necesarios o que el transporte público sea un caos. Eso es lo que le da belleza a una ciudad, no cambiarle las baldosas a la misma cuadra. Acá se gasta más baldosas que en educación o salud pública.
-Entonces, ¿cuál es formato urbanístico que habría que apuntar?
-Nosotros tenemos una ley de comunas que no se cumple. Esta normativa establecía que los espacios públicos, ya sean las calles o las plazas, todas esas inversiones, las tenían que definir los vecinos que viven en esa comuna. Es que una ciudad sin participación de los vecinos en las decisiones de la política, termina siendo una ciudad pura y exclusivamente de los negocios. Por eso tenemos que apuntar a otro tipo de comunidad, más igualitaria, con perspectiva de género. También hay que ir a ciudades más descentralizadas: las comunidades de los quince minutos. En todo ese período tengas todo lo que necesites. La escuela, la salud y la recreación.
-En otras entrevistas contaste que el barrio que más te agradaba de la Ciudad era Los Andes, en Chacarita. ¿Sigue siendo así?, ¿Qué secretos tiene ese barrio?
-Ese barrio fue hecho en 1925. Se construyó pensando cuál es la relación de un conjunto urbano con la Ciudad: tiene unas plantas bajas tremendamente amigables, una manzana de mil habitantes por hectárea, aunque no pareciera. Y tiene de todo: una biblioteca, un teatro, una cantidad de espacio público que permiten que los chicos puedan jugar al fútbol, tenía la pérgola con el que uno podía juntarse a tomar mate con los vecinos.
-Hay algo interesante en la arquitectura, se suele catalogar con una profesión “individual”, que se contrapone con la idea de comunidad. Es decir, el arquitecto que hace una casa o diseña las remodelaciones de un edificio. Como rector de la Universidad de Avellaneda, ¿por qué creés que se da ese fenómeno?
– Son problemas éticos. Siempre le digo a los estudiantes que la universidad te prepara para ejercer una profesión. Y uno nunca sabe cuál va a ser su futuro. Ahora bien, después tiene que haber una posición ética para ser profesional. Cada uno desde su cátedra plantea posiciones éticas y después lo deberá elegir el que se recibe. Lo que la universidad no puede hacer es dejar de plantear esas posiciones. Yo creo que muchas universidades privadas preparan profesionales únicamente para el mercado. Y así se genera ese sueño del arquitecto que quiere construir el nuevo Puerto Madero o los nuevos barrios privados. Pero hay que ir más allá: se tiene que entender que no se puede conocer solo la realidad que viene con la revista de decoración, sino que también tiene que conocer las otras realidades sociales que existen. En Arquitectura, generalmente, estos temas sociales lo dejan de lado.
-No se puede dejar de destacar que, como ejemplo de construcción cooperativa, el barrio construido por Milagros Sala en Jujuy.
-Pero además, el barrio de Milagros fue hecho sin aportes profesionales, eso es lo más rescatable. Los arquitectos de Jujuy no querían colaborar. Eso es lo que tienen que entender los arquitectos: la sociedad no está hecha solo por aquellos que pueden pagar una casa, sino por muchos otros sectores. Las universidades tienen que pensar eso. No pueden ser solo políticas de extensión, sino integradas. Todo eso hay que discutirlo.
Fuente: Caras y Caretas