Noticias | octubre 24, 2020

Entre la ficción y la realidad | Hugo Córdova Quero


El mundo ha sido convulsionado con la noticia de la supuesta apertura —o giro del Vaticano— en torno al matrimonio de personas del mismo sexo en base a declaraciones que el Papa Francisco realizó en un documental titulado «Francesco» presentado en el Festival de Cine de Roma. Muchas personas se han regocijado con lo que aparentemente denota un cambio positivo en la mentalidad de una iglesia anquilosada como la romana. Nada más lejos de la realidad.

Aclaremos que la Iglesia Católica Apostólica Romana no es sinónimo ni de «cristianismo» ni de «catolicismo» ni de «Iglesia». Es parte de esos términos pero no propietaria exclusiva como el Vaticano siempre ha deseado. El cristianismo es una religión diversa y amplia con varias ramas entre las cuales se encuentra el catolicismo. Es un modo, una vía para vivir la fe cristiana pero no es la única: las Iglesias Evangélicas, las Iglesias Ortodoxas, entre otras, también son parte del cristianismo aunque lo viven en modos o caminos diferentes al católico. En segundo lugar, el catolicismo dentro del cristianismo es también diverso. Entre las más de 600 iglesias que componen la rama católica del cristianismo, una de sus instituciones es la Iglesia Católica Apostólica Romana, pero no es la única, existen muchas más que no responden al poder de Roma. Finalmente, cada institución —aunque Roma se oponga unilateralmente— es Iglesia dentro del cristianismo. Por lo tanto, el lugar de la Iglesia Católica Apostólica Romana debe ponerse en el contexto del concierto de Iglesias con igual derecho a expresar y vivir la fe cristiana a su manera. Debido a esto, las declaraciones del Papa Francisco pueden ser significativas pero no inciden en la conformación de una religión tan diversa como es el cristianismo. Deben ser puestas en su justa dimensión.

Al mismo tiempo, las palabras del Papa Francisco deben también relativizarse pues no provienen del magisterio de esa Iglesia. En realidad, desde antes de asumir el Pontificado de la Iglesia Católica Apostólica Romana, el Papa Francisco se ha caracterizado por declaraciones que «suenan» progresistas pero que encubren la vieja ideología de la diferenciación que el hace el privilegio cis-heteronormativo respecto de quienes no lo encarnan. Ningún documento eclesial ha cambiado la postura de la Iglesia Católica Apostólica Romana en base a ese ni a muchos temas. A continuación, tres ejemplos.

Antecendentes

El primero se relaciona con las mujeres en el ministerio del Catolicismo Romano. Cuando asumió su cargo, el Papa Francisco gozaba de un amplio apoyo, pues al ser el primer pontífice latinoamericano, muchas personas creyeron que era el momento de realizar los cambios necesarios para traer la Iglesia Católica Apostólica Romana al siglo XXI. Incluso su discurso era en favor y reconocimiento de la actividad de las mujeres en la vida de la Iglesia Católica Apostólica Romana. En una entrevista a bordo de un vuelo de regreso de Brasil a Roma, el Papa Francisco afirmó: «Las mujeres en la iglesia son más importantes que los obispos y sacerdotes» (Winston, 2013). A las palabras tan valorativas del rol de las mujeres en la Iglesia Católica Apostólica Romana, muchas personas le atribuyeron el tono de la apertura del reconocimiento de su ministerio sacerdotal. Esa esperanza duró poco pues unos meses luego de su entronización, excomulgó al Presbítero Greg Reynolds, de la Arquidiócesis de Merlbourne, Australia, por su campaña en favor de la ordenación de mujeres (Roewe, 2013). El episodio se conecta con otros en los que el Papa Francisco dejó bien claro que las expectativas de la feligresía católica romana sobre la ordenación femenina es «una puerta cerrada».

Así lo expresó en respuesta a una pregunta de una ronda de prensa en vuelo de regreso de Brasil a Roma: «Con respecto a la ordenación de mujeres, la iglesia ha hablado y dice que no. El Papa Juan Pablo [II] lo dijo con una fórmula que fue definitiva. Esa puerta está cerrada» (McClory, 2013). La respuesta del Papa Francisco se basaba en la «Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis» del Papa Juan Pablo II (1994) quien afirmaba la negativa de la ordenación femenina debido a la elección de Jesús por discípulos varones. El Papa Juan Pablo II ya había enunciado esto previamente en su «Carta Apostólica Mulieris Difnitatem» (1988) sobre la dignidad de las mujeres en el año mariano pero con prohibición de acceder a la ordenación.

Evidentemente, el Papa Juan Pablo II hace caso omiso a las mismas Escrituras Sagradas que nombran a las mujeres que integraban el grupo de discípulas: María Magdalena, Juana y Susana entre otras (Lucas 8.2-3). Incluso la declaración de María Magdalena en Juan 20.16 de llamarle «Maestro» implica un seguimiento que es eminente característica del discipulado. No hay razón para negarles a las mujeres la ordenación sacertotal, algo que la Comisión Pontificia Bíblica concluyó 4n su documento de 1976 (Walshe, 2013). Para muchas Iglesias Cristianas, el ministerio femenino ordenado es una realidad desde hace casi 100 años. Sin embargo, Francisco se encargó de cerrar la puerta para la feligresía de su iglesia.

El segundo ejemplo es la declaración de Francisco respecto de la no condenación de las personas de la diversidad sexo-genérica. En la misma ronda de prensa en vuelo desde Brasil a Roma, el Papa Francisco respondió: «Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?» (Reuters, 2013). De nuevo se crearon expectativas de que el Vaticano iba a abrir las puertas de par en par a las personas de la diversidad sexo-genérica. Nada de eso sucedió. En realidad, sus palabras no eran nuevas. Eran calcadas del Catecismo de la Iglesias Católica Apostólica Romana, el cual dice que las personas de las diversidad sexo-genérica:

«(…) deben ser aceptadas con respeto, compasión y sensibilidad. Debe evitarse todo signo de discriminación injusta en su relación. Estas personas están llamadas a cumplir la voluntad de Dios en su vida y, si son cristianas, a unirse al sacrificio de la Cruz del Señor las dificultades que puedan encontrar por su condición» (Roman Catholic Church, 1994: 505, #2358).

A pesar de su tono patologizante, al tratar la homosexualidad como una enfermedad, esta cita es importante ya que no excluye a las personas de la diversidad sexo-genérica de las comunidades de fe catolico-romanas. Sin embargo, las deja en una situación de «segunda clase»: no tiene acceso al sacramento del matrimonio ni a la ordenación sacerdotal. Están pero no pertenecen realmente. El tono patologizante se observa también en las palabras del Papa Francisco. El «no juzgar» no necesariamente implica «respeto plenamente en pie de igualdad».

Mientras se celebraba en Roma el Sínodo de la Familia, del 4 al 25 de octubre de 2015, y se afirmaba a la familia cis-heterosexual monógama nuclear burguesa y moderna, las personas de la diversidad sexo-genérica se reunían puertas afuera de ese evento en un congreso con representantes de ministerios LGBTI!+ católico-romanos de más de 30 países (Córdova Quero, 2018: 59). En realidad, nunca fueron consideradas como parte de «la familia» —como si hubiera un solo tipo— y, por ende, sus familias no engarzaban en la ideología cis-heteropatriarcal que imbuía el sínodo.

Empero, durante otra conferencia de prensa en vuelo desde Irlanda a Roma, el Papa Francisco trajo a colación un tema que rompió todo ese entusiasmo del «¿quien soy yo para juzgar?» (Reuters, 2013). En 2018 en ese vuelo le dijo a la prensa: «Cuando [la homosexualidad] se muestra desde la niñez, hay mucho que se puede hacer a través de la psiquiatría, para ver cómo están las cosas. Es otra cosa si se manifiesta después de 20 años» (Sharman, 2018). El tema no es menor dado que la psiquiatría junto con la criminización y la noción de pecaminosidad han sido lo que yo llamo «la trinidad nefasta» a través de la cual desde el siglo XIX las personas de la diversidad sexo-genérica han sido marginadas, discriminadas, encarceladas, encerradas, torturadas y excomulgadas. Que el Papa Francisco traiga precisamente ese tema y luego pretenda minimizarlo no cuaja con la experiencia de las personas de la diversidad sexo-genérica.

Por otro lado, es notorio que esta doble actitud con las personas de la diversidad sexo-genérica en otras Iglesias Cristianas no es universal, y en muchas de ellas las personas puede casarse o acceder a la ordenación ministerial sin que su género u orientación sexual sea un impedimento.

Finalmente, tenemos el caso en torno al Sínodo de Obispos de Pan-Amazonia. El sínodo se reunió del 6 al 27 de octubre de 2019. Había gran expectativa respecto de la cuestión del celibato obligatorio pues la realidad es que —a menos se encuentre una solución— el número de sacerdotes célibes decrece constantemente en la Iglesia Católica Apostólica Romana, lo que se suma a la cantidad de Presbíteros que abandonan los hábitos para concretizar su vida activa en pareja. El entusiasmo duró también poco pues en febrero de este año, el Papa Francisco promulgó la «Exhortación Apostólica Post-Sinodal Querida Amazonia» (2020) en la que no se menciona absolutamente nada respecto del dilema sobre el celibato obligatorio para los sacerdotes.

Nuevamente, las expectativas de la feligresía católica-romana se vieron frustradas. Sabemos que el celibato obligatorio solo se universalizó en el cristianismo latino en 1074 por imposición del Papa Gregorio VII. Jesús nunca obligó a sus discípulxs al celibato y Pablo en 1˚ Corintios 9.5 habla de lxs apóstoles casadxs. Recordemos, por ejemplo, que la Apóstol Junia estaba casada con el Apóstol Andrónico (Romanos 16.7). Para la mayor parte del cristianismo, el celibato obligatorio es algo incomprensible, ya que en la mayoría de las Iglesias Cristianas las personas ordenadas se casan, se divorcian y se pueden volver a casar.

Sobre el matrimonio igualitario

Las declaraciones del Papa Francisco sobre el aceptar legalmente la unión civil de personas del mismo sexo es ambigua. Sus palabras dan la impresión de una apertura: «Los homosexuales tienen derecho a estar en una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Lo que tenemos que hacer es crear una ley de uniones civiles. Así están cubiertos legalmente. Yo apoyé eso» (Verdú, 2020).

Sin embargo, no son nuevas. Muestran la postura que asumió en Argentina cuando era por entonces el Cardenal Mario Bergoglio (De Vedia, 2020). Lo hacía como una manera de bloquear la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario en el Congreso de Argentina, la cual finalmente fue votada el 15 de julio de 2010 como la Ley 26.618 (Gallego Díaz, 2010).

Cuando ya se perfilaba como una ley a ser aprobada por el Congreso de la Nación Argentina, los grupos religiosos de derecha que se oponían a la ley cambiaron su estrategia para negociar una «solución alternativa»: separar la unión civil —no matrimonio— para las personas de la diversidad sexo-genéricas en la sociedad y reservar la palabra «matrimonio» para las parejas heterosexuales en sus ceremonias tanto civiles como religiosas. En definitiva, se buscaba seguir manteniendo la discriminación hacia las personas de la diversidad sexo-genérica, sus relaciones y sus familias pero ya desde una legalidad. El Cardenal Bergoglio —hoy Papa Francisco— no solo fue vocero de esta postura sino que llamó a la sociedad a una «guerra de Dios» contra el matrimonio igualitario y en favor de la «familia tradicional» (Ámbito, 2010). Las palabras del Cardenal Bergoglio fueron claras y lapidarias al respecto:

«Está en juego la identidad, y la supervivencia de la familia: papá, mamá e hijos. Está en juego la vida de tantos niños que serán discriminados de antemano privándolos de la maduración humana que Dios quiso se diera con un padre y una madre. Está en juego un rechazo frontal a la ley de Dios, grabada además en nuestros corazones. (…) No se trata de una simple cuestión política sino de la pretensión de destruir el plan de Dios» (Ámbito, 2010).

Tomadas dentro del contexto coherente de la oposición del Papa Francisco a la igualdad de derechos y al reconocimiento de las relaciones y familias de las personas de la diversidad sexo-genérica con su contrapartida cis-heterosexual, sus palabras en el documental «Francesco» cobran otra dimensión.

Reconocer que las personas pueden tener derechos en la sociedad civil no implica que en el derecho de una institución con la Iglesia Católica Apostólica Romana eso haga una diferencia. Desde la edad media, la lucha por definir si el poder político está sobre el poder espiritual o viceversa, es real y no ha cesado con los procesos de secularización. Para el Vaticano es claro que su institución está sobre cualquier otra institución, ya sea religiosa o política. Lo que pase en la sociedad civil no necesariamente afecta lo que sucede en su funcionamiento corporativo. Existen leyes civiles sobre la igualdad de mujeres y varones, pero la Iglesia Católica Apostólica Romana es una de las pocas que hace caso omiso de esas leyes al negarles la ordenación sacerdotal. Es un claro ejemplo que las leyes civiles no son importantes para el funcionamiento de esa institución. Por lo tanto, aprobar leyes civiles para garantizar derechos a las personas de la diversidad sexo-genérica tampoco harán mella en una institución que se considera por sobre el cumplimiento de tales leyes «mundanas».

Sin embargo, hay un aspecto aún más de fondo para parar los festejos acerca de que el Vaticano «acepta» a las parejas de la diversidad sexo-genérica. La palabra «matrimonio» sigue siendo para la Iglesia Católica Apostólica Romana algo reservado solo para las personas cis-heterosexuales. En este sentido, «uniones civiles» continúa la discriminación para no reconocer la validez de las uniones de las personas de la diversidad sexo-genérica al mismo nivel. Es simplemente una tolerancia, y tenemos sobrados ejemplos en la historia humana de que la tolerancia siembre tiene un límite que danza alrededor de la «buena voluntad» de una supuesta mayoría que «graciosamente» deja que algo suceda hasta que decida lo contrario. La tolerancia nunca implica igualdad porque es una dinámica del poder hegemónico de turno.

Debemos recurrir a la historia. En el cristianismo no existieron las ceremonias religiosas de casamiento sino hasta el siglo XII. El casamiento religioso no se instituyó porque era un «mandato divino», como se lee actualmente en Iglesias conservadoras como la Iglesia Católica Apostólica Romana, sino para legitimar una practica social que ya se realizaba y que necesitaba en ese momento una legitimación trascendental. Si bien desde el siglo IX ya existían algunas practicas cúlticas cristianas (Amstrong, 1986), no fue sino hasta el Segundo Concilio de Lyon (1274) que el cristianismo comenzó a hablar del sacramento del matrimonio, pero fue en el Concilio de Florencia (1439) en donde se terminó de definir. Para la ceremonia se apropió el ritual social romano que se venía realizando en la sociedad civil como contrato de unión de dos personas (Schüssler Fiorenza, 1991: 320). Para muchas personas esto puede tomarles por sorpresa, pues se nos ha enseñado que el matrimonio religioso fue instituido por Dios y ratificado por Jesús, algo que las Escrituras Sagradas contradicen. Las personas heterosexuales se casan en el cristianismo desde poco menos que mil años.

No obstante, existe otro dato que debemos tomar en cuenta respecto del casamiento cristiano que está aún más invisibilizado que la realidad de que el matrimonio cristiano es una invención pre-moderna. Hablo del hecho de que quienes comenzaron a casarse en el cristianismo fueron personas del mismo sexo. Ya en el siglo VI existen liturgias cristianas de unión de dos varones (Boswell, 1995). Esto está documentado en base a los archivos de monasterios y abadías así como también de catedrales a los que lxs investigadores tienen acceso y no son un secreto. Debido a esto, quienes tienen más derecho a casarse dentro del cristianismo son las personas de la diversidad sexo-genérica pues crearon esta practica 600 años antes de que las personas heterosexuales vieran la necesidad de hacerlo. Sin embargo, el colonialismo cis-heteropatriarcal desde el Cuarto Concilio de Letrán (1215) comenzó sistemáticamente a perseguir a las personas de la diversidad sexo-genérica junto con las personas que sufrían la enfermedad de Hansen (Lepra), a las personas judías y musulmanas, a las personas que ejercían el trabajo sexual y, especialmente, a las mujeres que curaban con la herboristería a las que se acusaba de «brujas» (Moore, 1990). Esa persecución puso fin a las ceremonias cristianas de casamiento de personas del mismo sexo.

Conclusión

El hecho de que hoy en día no haya matrimonios del mismo sexo en algunas iglesias como la Iglesias Católica Apostólica Romana —porque existen cientos de Iglesias Cristianas en donde sí existe el sacramento del matrimonio para personas del mismo sexo— no es una cuestión de «prohibición divina» sino de capricho cis-heterosexual para mantener su privilegio en la sociedad. El Papa Francisco con sus declaraciones se hace eco de esa postura y la reafirma constantemente. Lo hizo en el año 2010 como el Cardenal Bergoglio y lo hace ahora.

Es evidente por lo expuesto que no podemos tomar las palabras del Papa Francisco como signo de que las cosas cambiarán para las personas de la diversidad sexo-genérica dentro de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Incluso aquellas personas que toman esto como «pequeños pasos» dentro de una institución que camina muy lentamente, no deberían dejar de considerar el contexto e historia del surgimiento de estas palabras.

El modus operandi del Papa Francisco es decir frases como esta que parecen «abiertas» y «progresistas» para aliviar tensiones sociales y dar una imagen de «Iglesia progre» para luego firmar algún documento o declaración que «ponga las cosas en su lugar», es decir, que afirme el status quo. Lo vimos en el caso de la ordenación de mujeres al sacerdocio, en su frase «¿quién soy yo para juzgar?» —que también parecía abrir una nueva era— y en el Sínodo de Obispos de Pan-Amazonia. En todos esos casos, sus declaraciones fueron maravillosas y auguraban una «tierra nueva». Sin embargo, meses después, el Papa Francisco firmaba documentos y hacía nuevas declaraciones que contradecían sus afirmaciones previas.

Los «vientos de cambio» en la Iglesia Católica Apostólica Romana solo vendrán cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe —antes llamada «Inquisición»— promulgue un documento respaldando las declaraciones bienintencionadas del Papa Francisco. Hasta tanto eso no suceda, sus palabras no conforman la doctrina y enseñanza de esa Iglesia. He usado todo el tiempo el término «Iglesia Católica Apostólica Romana» para indicar que las vicisitudes dentro de esa Iglesia Cristiana no son representativas de todo el cristianismo. Existen miles de Iglesias Cristianas para las cuales estas discusiones son cosa del pasado, donde las personas de la diversidad sexo-genérica no solo acceden al sacramento del matrimonio sino que también son ordenadas al sacerdocio ministerial. La invisibilización de esas experiencias es también un acto colonialista que repercute en la libertad y en la dignidad de las personas de la diversidad sexo-genérica que practican su fe dentro de esas Iglesias Cristianas.

Las palabras del Papa Francisco —si bien intencionadas— deben ser puestas en contexto. Nos dan un alerta hacia cual será el siguiente paso por el cual borrará con el codo lo que ha escrito con la mano. Debemos estar pendientes para ver sus repercusiones e impacto en los grupos sociales y religiosos anti-derechos en los próximos meses. Sus palabras fueron muy hermosas pero son eso, palabras. Las abuelas decían —en su sabiduría popular— que «a las palabras se las lleva el viento». Lo que permanece son los hechos concretos y reales.

Fuente: Lupa Protestante

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