Claudia Vásquez Haro, primera mujer trans en doctorarse en una universidad pública argentina
Claudia Vásquez Haro llegó a La Plata el 5 de noviembre de 2000, después de aterrizar en Ezeiza en un vuelo que había salido de Lima, Perú. Su hermana Laly, la mayor de seis hermanxs, la esperaba aquel día en el aeropuerto con un bolso con ropa. Claudia tenía 26 años y después de abrazarse fuerte con Laly lo primero que hizo fue entrar al baño del aeropuerto y cambiarse.
Con la liviandad y determinación de quien ha decidido pegar un salto, se quitó el equipo deportivo y suelto que había usado durante el viaje y se puso una remerita negra de gasa y un pantalón de vestir beige. Después se subió a unos zapatos con taco alto, con cierta sensación de elevarse también unos centímetros por encima de la vida y empezar una existencia -que en rigor ya había empezado- donde pudiera ser plenamente Claudia. Con la fantasía de vivir con libertad su identidad de género, se repetía: “Acá nadie me conoce. Acá voy a hacer la mía. No tengo que pedir permiso, va a ser más fácil”.
—Vine motivada por mi hermana. Siempre fue para mí una segunda madre. Hacía mucho me venía diciendo que en Argentina la educación era pública y gratuita, y que había más apertura a los temas de género. Llegué con la idea de concretar mi deseo y de estudiar como Claudia —dice con un suave acento peruano.
Era una adolescente cuando su hermana Laly dejó la casa familiar en Trujillo para venirse a La Plata a cursar la carrera de enfermería. Claudia desde los 13 años usaba tacos y pelucas, y tenía una expresión de género femenina.
—Yo sabía que La Plata era un lugar estratégico para estudiar. No como en la Capital, donde la UBA queda perdida. Acá la universidad es eje central de la vida urbana. Y creo que la construcción de la identidad platense es pluridiversa en todo sentido.
Hace 20 años su hermana Laly vivía en Villa Argüello, y hacia ahí enfilaron desde Ezeiza. Una villa de peruanos -recuerda Claudia- en el borde de la ciudad, donde un amigo de sus hermanxs, también llegado de Perú, le había prestado un terreno a Laly y la familia había levantado una casilla. En La Plata la comunidad migrante peruana es la tercera más numerosa, después de la boliviana y la paraguaya.
El primer oficio de Claudia fue el que aprendió en Perú, donde peinaba a reinas de belleza y era experta en colorimetría. Empezó cortándoles el pelo a los contactos de su hermana y en pocos meses se convirtió en la peluquera más famosa del barrio José Luis Cabezas, en el límite entre Berisso y Ensenada.
Pero en esos primeros tiempos, mientras Argentina entraba en una grave crisis política y económica, Claudia hacía lo que podía: limpiar casas, cuidar a personas mayores. No había mucha plata para cortarse el pelo y ella cambiaba sus manos de tijera por bolsas de arroz.
Se maquillaba poco y aunque siempre le gustó estar superarreglada y coqueta, se vestía sencilla. No quería llamar la atención.
A veces se hacía pasar por la madre de su sobrino Francis, para que su identidad travesti no la hiciera quedarse fuera de una oportunidad laboral. Después consiguió empleo en dos peluquerías grandes de la ciudad: “Supercortes” y “Pelomanía”. Con parte de lo que ganaba seguía estudiando. Durante dos años cursó en la Cámara de Peluqueros y Peinadores de La Plata todo lo que podía y también en la Escuela de Formación Profesional de la calle 59: oratoria, recursos humanos, protocolo y ceremonial.
De chica fue una persona estudiosa y aplicada, con sed de aprender. Pero en Trujillo iba a una escuela centenaria para varones y a los 12 le sugirieron a su madre que era mejor que se retirara. Se cambió de colegio. Su padre igual la retaba si no sacaba las mejores notas. Más tarde se instalaría con él un silencio de 12 años.
Claudia salía de clases y pasaba por la peluquería de Omar, un amigo que le enseñaba el oficio y le prometía: “Esto te va a dar un plato de comida”.
Al terminar la secundaria, con diploma de excelencia por sus notas, Claudia probó un par de carreras pero ninguna la convenció. Mientras tanto, cortar, peinar y teñir le daba un sustento y luego un nombre. En una competencia de peluquería ganó el primer lugar y se hizo conocida. Pero no era fácil ser una persona con identidad travesti en los 90 en Trujillo. Tenía 18 años cuando decidió por primera vez mudarse, y con ayuda materna abrió su propio salón de belleza en Cajamarca, donde llegaron a trabajar 10 personas bajo su mando.
–Siempre fui migrando —dice.
Cuando Claudia llegó a la Argentina, no se habían aprobado aún ni la ley de Matrimonio Igualitario (2010) ni la de Identidad de Género (2012). Pero acá sí podía vivir su identidad.
Uno de sus primeros gestos políticos en la adolescencia fue delinearse las cejas de manera permanente. Fue su modo de resistir: cada vez que detenían a las jóvenes trans en las calles de Trujillo por el solo hecho de ir maquilladas, la policía les arrojaba agua en la cara, como si la identidad fuera algo que se quita y pone. Así que un día a Claudia se le ocurrió que si se tatuaba las cejas, cuando le tiraran agua iban a seguir ahí, incólumes y desafiantes a cualquier represión.
En La Plata el clima parecía distinto. Hasta que la llevaron detenida.
—No me olvido más: íbamos por calle 7 con Romina, una amiga trava. Estábamos comprando ropa, regias nosotras, con nuestros bolsos, cuando la policía nos pidió documentos.
“¿Qué hemos hecho?”, preguntó con acento peruano. El policía le respondió con un golpe que la dejó en el piso.
—Estaba asustada, no sabía de los códigos de faltas. Nos trataban en masculino y terminamos en la comisaría.
Romina, más experimentada, demostraba que no tenía miedo y los policías le respondieron con dos cachetadas: “No se vistan como mujeres, ustedes son hombres. Lo dice el edicto. No pueden andar por la calle”.
Las llevaron a la comisaría primera y luego a la novena, la misma donde mataron y desaparecieron a Miguel Bru, un alumno de periodismo de la misma facultad donde después estudió Claudia.
A Romina la hicieron quitarse la ropa y desfilar desnuda. Claudia pensaba: “Ahora se van a burlar de mí porque tengo todo relleno con push up…”.
—Al final labraron un acta. Nos pusieron lo que quisieron. Nos armaron una causa diciendo que les habíamos faltado el respeto. Nos mandaron a la jueza y la jueza nos castigó. Fue tan injusto…
La palabra injusto quedó resonando en su mente y en el cuerpo. Era tan presente la sensación de que eso les estaba pasando a otras que Claudia intentaba buscar explicaciones. Mientras seguía trabajando de peluquera, se anotó en la Facultad de Periodismo.
—Fui a buscar las respuestas a mis preguntas.
En 2005 en la facultad (entonces en 4, entre 43 y 44) conoció a Lohana Berkins y a Marlene Wayar, activistas travestis. Habían ido a presentar el libro La gesta del nombre propio. Ese encuentro fue clave. Al finalizar la charla, Claudia compró el texto.
Publicado por la editorial de las Madres de Plaza de Mayo, coordinado por Lohana y Josefina Fernández y con prólogo de Diana Maffia, se trata de una investigación colectiva realizada por activistas travestis y trans, investigadoras y feministas, que recoge y analiza datos sobre la violencia estructural que padecen las personas travestis y trans: una de las tantas es el abuso policial.
Claudia lo terminó esa misma noche, en tres horas.
—Nunca había tenido tantas ganas de leer algo. ¡Nunca había comprado un libro de travestis! Me partió la cabeza. Lo que me pasaba a mí nos pasaba a todas. Fue un despertar. Decir: “No estoy sola, hay otras compañeras luchando y con más experiencia”.
Claudia ya se había acercado al activismo desde su identidad migrante, porque unos años antes conoció a la referenta Lourdes Rivadaneyra cuando se presentaba una nueva ley migratoria. Pero entrar en la facultad y conocer a Marlene y a Lohana representó el gran salto en conciencia y política. Un modo de relacionarse con otrxs y con el territorio platense desde una perspectiva nueva. Porque fue también en 2005, en las aulas de Periodismo, cuando escuchó a Flavio Rapisardi y a Raúl Zaffaroni hablando de diversidad sexual.
—Fue entender que todo lo que nos ocurría a las travas era producto de otras cosas. Yo me tenía que cuidar por los edictos y por la ley migratoria. Una vez me estaban por deportar tras salir a defender a una compañera. Y me tuve que casar con la hermana de una amiga para que no me echaran. No me quería ir. Había armado mi circuito de amigues y militancia.
En esos días Claudia trabajaba por la mañana y a la tarde se iba a cursar. Cada tanto, la policía intentaba detenerla en alguna calle de la ciudad pero ella ya no sentía miedo. Les recitaba los principios de Yogyakarta sobre la aplicación de la legislación internacional de derechos humanos en torno a la orientación sexual y la identidad de género.
—Entré a la universidad y me apropié de ese espacio. Mis profesores estaban contentos, yo participaba en las clases. La facultad me abrió la cabeza. Fue mi primera trinchera en La Plata.
Después de años de trabajar en “Pelomanía” y “Supercortes” logró hacerse una clientela. A esa altura vivía en una casa en 116, entre 35 y 36, que le habían pedido que cuidara porque estaba en sucesión. Y ahí fue armando su saloncito de belleza. Quería terminar rápido la carrera: dejó de trabajar en relación de dependencia y se sostuvo con sus clientas. Estudiaba periodismo de lunes a jueves y atendía viernes, sábado y domingo.
—Soy organizada desde chica. Para no caer en el piso hay que armar un colchoncito, así no duele. Y esto sirve para la vida, el amor y cualquier cosa que encares.
Dice con orgullo que a esa casa fue Lohana. Y Lohana quería que todas las travas fueran a la universidad. Claudia se recibió en 2012. Años antes Jorge Jaunarena, secretario de Derechos Humanos de la facultad y miembro de la Asociación Miguel Bru le había propuesto participar más en el área, desde la diversidad sexual. Y cuando Claudia tuvo el título bajo el brazo le ofreció sumarse a la secretaría y coordinar algunas clases de géneros, tema del que se hablaba poco y nada.
Enseguida asumió como decana Florencia Saintout y Claudia siguió desplegando una labor académica mientras se abría a otro tipo de militancia.
En 2008, junto a otra compañera trans, Nicole González Beamonte (conocida en las redes como La Rubia Peronista), armó la primera organización trans de La Plata: Juntas por la Dignidad. Escribieron sus nombres en papelitos y así sortearon quién sería la presidenta y quién la vice. Después se fueron a recorrer La Plata, a buscar travestis y trans. Caminaban por las noches en zonas estratégicas: calle 1, la diagonal. Repartieron preservativos a unas 200 chicas travestis y trans.
“¿Vos no te prostituís?”, le preguntaban a Claudia.
“No. Yo soy peluquera: les puedo cortar el pelo, chicas”, ofrecía, para atraerlas a la militancia. Insistía: “Tenemos que reunirnos para reclamar por nuestros derechos”.
—Yo era la loca y ellas no daban ni pelota, se burlaban.
Claudia y Nicole (que entonces trabajaba en la Secretaría de DDHH) querían armar algo, invitarlas a una reunión. Fantaseaban: ¿a cuántas habrían podido interpelar en esas caminatas? “Con que vengan 20, hacemos historia”, se respondían. Pero llegó el día de la reunión y no fue ni una sola travesti.
En 2008 la Facultad de Periodismo de la UNLP otorgó un reconocimiento pionero a la identidad de género: fue la primera universidad pública de América Latina en reconocer la identidad autopercibida de sus estudiantes.
Las travas que intentaban sobrevivir en las calles -por falta de acceso a otro trabajo- se enteraron. Claudia jugaba al vóley con algunas, las peruanas, los fines de semana. Lleva más de 12 años jugando al vóley con ellas.
“¡Así que ahora en tu facultad te consideran mujer, nena! ¡Te felicito!”, le decían.
Cuando esas mismas travas sufrieron una detención violenta y arbitraria por parte de la policía, no dudaron en llamarla. Eran alrededor de 20 chicas. Claudia se indignó: se acordó del agua en la cara, de las horas interminables en la comisaría novena de La Plata. Llena de furia e impotencia, convocó a la facultad, a la Asociación Miguel Bru, a la Comisión Provincial por la Memoria. Y consiguió que llegaran los medios.
“Si quieren, hablen ustedes”, las arengó Claudia. “Pero pensemos qué vamos a decir. No nos vayamos por las ramas. Los medios siempre te quieren llevar por otro lado”. Terminó hablando ella con el periodismo.
Para 2011 ya era parte de la rosca y se sumaba a los grupos de trabajo por la ley de Identidad de Género. Se aprobó en mayo de 2012. Y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner entregó los primeros DNI con los nombres cambiados en la Casa Rosada, en julio de 2012: convocó a trans y travestis y ahí estaba, entre otras, Diana Sacayán, la impulsora del cupo laboral travesti trans que fue asesinada en 2015. (Y estaba Claudia, invitada por su militancia pero entonces aún sin su documento argentino: lo obtuvo en 2014 y fue la primera travesti migrante en recibirlo rectificado).
La ceremonia se transmitió en cadena nacional. La cámara en un momento se posó en Claudia, que reaccionó rápido:
—Gracias, Cristina, porque la ley también es para las migrantes —dijo.
—Por supuesto, claro que sí. Por la patria grande —le respondió la presidenta.
Las travas de La Plata vieron la escena por la tele. Esa noche, al volver, Claudia se fue a la zona roja y se quedó hablando con muchas. Las convocó a otra reunión.
—Esa vez llegaron 100 travestis juntas. ¡A las 4 de la tarde! ¡Algo que no había visto nunca! —se ríe.
Con esa base armó Otrans La Plata, que luego se expandió a Otrans Argentina.
—Construimos en la ciudad una organización territorial con identidad propia, liderada por travestis y trans.
En 2015 Otrans fue la punta de lanza para la Convocatoria Federal Travesti y Trans, con presencia en 18 provincias. Y además lleva adelante una iniciativa de comunicación sin fronteras: Sudaka TLGBI+, una agencia digital de noticias integrada por personas travestis y trans que busca disputar la hegemonía de las voces.
—Todo desde La Plata —resalta Claudia, y dice que un día se hartó—: Las travas nos cansamos. No queremos que nos convoquen a una marcha cuando ya está todo plantado. Las travas no somos un adorno. Entonces armamos acá nuestra propia marcha. Es curioso porque Otrans es el resultado de la violencia sistemática de la policía y el poder judicial que criminaliza a las compañeras travestis y trans. Porque donde hay mayor violencia está la otra cara: la resistencia. La Plata es la ciudad de las travas, travestis y trans. Pero los aportes de las migrantes aquí también son claves. Las migrantes han puesto el cuerpo. La mayoría de las trans que estaban en la cárcel eran migrantes. Y ellas son las que murieron en el macrismo. Hicimos un informe que dice que el 90 por ciento de travestis y trans privadas de su libertad en provincia de Buenos Aires son migrantes. ¿Por qué? Porque sabemos que la justicia es patriarcal, racista y xenofóbica. Y no nos olvidemos de que acá está el cordón frutihortícola más grande del país, compuesto por personas bolivianas.
Claudia tiene plena conciencia de que se organizaron en una ciudad emblemática para estos reclamos y por sus luchas estudiantiles y obreras, de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
La otra trinchera fue y sigue siendo el espacio público al aire libre: las calles y las plazas, que adora. Y todos los domingos juega al voley con sus amigas travas en los bosques platenses.
—Nada más revolucionario: es una de las prácticas políticas comunicacionales que desplegamos.
Otro de los lugares donde se siente en su hábitat es cuando marcha por las diagonales para reclamar. O, cada tanto, para celebrar.
—No hay mejor cosa que marchar por diagonal 74, que va de Plaza Italia a Plaza Moreno. Hay que pasar, eh… delante de esos bares llenos de pakis (heterosexuales) en nuestro recorrido de la Marcha del Orgullo.
Desde aquel vuelo que la trajo de Lima, Claudia tomó muchos aviones como activista trans de La Plata, de Argentina y de América Latina. En 2017 fue elegida para viajar a Ginebra con una misión histórica en la ONU: en nombre de 22 organizaciones de mujeres de la sociedad civil, entregó a la CEDAW (Committee on the Elimination of Discrimination Against Women, comité para la eliminación de la violencia contra las mujeres) un informe-denuncia acerca de la situación de los derechos humanos de travestis y trans en nuestro país.
Profesora de la Facultad donde se recibió, Claudia se ha convertido en una suerte de activista-embajadora de la interseccionalidad de sus identidades: travesti y migrante. En la primera quincena de diciembre defendió su tesis para convertirse en doctora en Comunicación, con una investigación que se centra en ese núcleo duro: “Identidades golondrina desde una epistemología del despojo”. Es un estudio de caso sobre las prácticas político-comunicacionales de las feminidades travestis y trans migrantes peruanas en La Plata.
Claudia no sólo se convierte en la primera femineidad travesti/trans en doctorarse en la universidad pública sino que lo hace con una tesos que aporta a la producción de conocimiento académica travesti/trans, dudando teoría desde los marcos de epistemología en relación al despojo y hace un cruce interseccional de género, raza y migración. Fue dirigida por Florencia Saintout y Adriana Archenti (UNLP) y Verónica González.(UNC) y el jurado (Facundo Ábalo, Silvia Delfino y Juliana Marinez ) la evaluó como sobresaliente.
La pandemia llegó cuando Claudia desplegaba nuevos proyectos en Radio Provincia AM 1270. Los lunes de 21 a 22 hace Sudaka, un programa transfeminista interseccional con perspectiva en derechos humanos, con la agencia de noticias que impulsa (y cumplió un año). Martes y viernes es columnista de cultura en Tarea fina, un magazine de la tarde por la misma emisora.
Desde que empezó el confinamiento, anduvo de acá para allá, pidiendo en las redes sociales desde alimentos hasta máquinas de coser para que sus compañeras trans, algunas privadas de libertad, pudieran hacer barbijos. Las condiciones de vida de estas personas, cuya expectativa de vida en América Latina es de 35 años, ya eran precarias y se agravaron con la pandemia.
Se estima hay unas 300 travestis y trans en La Plata, Berisso y Ensenada, y la mayoría sobrevive en base a la prostitución. Si no salen a la calle, no comen. A cualquier hora salían con Otrans a entregar alimentos o resolver detenciones arbitrarias, porque en teoría travestis y trans rompían el aislamiento cuando en realidad buscaban sobrevivir. En paralelo y junto a organizaciones de todo el país, Claudia siguió militando lo único que puede cambiar las cosas a largo plazo: la inclusión laboral travesti trans.
—Teniendo trabajo se puede hacer una cuarentena en casa. Sin trabajo no podemos proyectar una vida en igualdad de condiciones.
Claudia vive sola, “ahí donde termina Barrio Norte y empieza La Loma”, y su casa se fue convirtiendo en centro de acopio de alimentos y ropa. Un centro bautizado Pamela Macedo Panduro:
—En memoria de una compañera travesti trans migrante que murió privada de su libertad el 1 de enero de 2017, en la unidad penal de Florencio Varela —explica.
Un día Claudia tuvo que frenar. Pasó una semana volando de fiebre. El termómetro oscilaba entre 40 y 41 grados: tenía covid. Transpiraba tanto que sentía los labios completamente secos y sentía que se le iban a romper los ojos. La pasó muy mal. Sus hermanas enfermeras -Laly, la mayor, y Jessica, la menor- la siguieron de cerca por teléfono y su novio la cuidó.
—Haberme contagiado me hizo repensar muchas cosas. Entre ellas, resignificar y poner en valor los lazos de solidaridad. Quienes tuvimos este virus atravesamos momentos de absoluta soledad. Para mí, fue saber que esos lazos estaban más fuertes que nunca. Mi familia de sangre ha sido siempre clave para afrontar la vida y los problemas, y también mi familia trava. Nosotras ya hemos experimentado lo que significa estar confinadas. Y hemos resistido momentos muy difíciles a través de mecanismos que nos han enseñado a organizarnos y nos han dejado una experiencia vital.
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Ya hace tiempo que Claudia no se sube a un avión. Pero una de las últimas veces tuvo una especie de revelación. En una escala, volviendo a Argentina, deseó profundamente estar en su casa. En La Plata.
Nací en Perú pero soy platense por adopción. Acá transcurren todos los días de mi vida, en la diversidad de pueblos y culturas que nutren a esta ciudad pluricultural. Así como elegí mi nombre, elegí dónde vivir y dónde proyectar mi vida. Soy travesti, migrante y platense.
*Acá Está La Plata/0221, donde se publicó originalmente este perfil, es un proyecto que despliega diez historias platenses. Editado por Abel Escudero Zadrayec retrata desde la mirada de diez escritorxs a diez personajes de La Plata. La historia de Claudia es una entre estas que viven la ciudad, la atraviesan y la encarnan en sus vidas.
Fuente: agenciapresentes.org