Hoy, 15 de marzo, creyentes de la Iglesia Católica Romana fuimos testigos de lamentables declaraciones provenientes de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que han tenido amplio despliegue en los medios de comunicación a nivel nacional e internacional. Razón por la cual me atrevo a escribir estas cortas líneas, más que como una réplica a la jerarquía, como unas palabras de ánimo a quienes como yo seguimos creyendo que nuestra orientación sexual e identidad de género no es un obstáculo para seguir y hacer nuestro el legado de amor de Jesús.
No puedo negar que al leer que jerarcas de nuestra iglesia declaran que los sacerdotes no pueden bendecir las uniones de personas del mismo sexo, me causó tristeza; pues, aunque era de esperar ese fuera el Responsum a la pregunta: ¿La Iglesia dispone del poder para impartir la bendición a uniones de personas del mismo sexo?, en lo profundo de mi corazón esperaba que aquellos que se han apropiado el derecho de hablar en nombre de Dios fueran coherentes con el mensaje liberador del evangelio. Sin embargo, poco duró la tristeza y el espacio que ocupó ese sentimiento en mi corazón fue desplazado por la indignación que produce la toma de conciencia de lo nefasto de este mensaje, no solo para aquellos hombres y mujeres que esperan de sus pastores la actitud de Jesús, de abrazarles y sanar las heridas causadas por una sociedad que señala, persigue y mata a quienes no se corresponden con los parámetros impuestos, sino también para las familias y amigos de personas LGBT que leen con tristeza este mensaje; más aún aquellos niños y niñas que seguirán siendo víctimas de quienes ven en esta declaración la justificación para continuar promoviendo el odio y la discriminación contra ellos.
Pero, tal y como en el octubre de 2015 Monseñor Raúl Verano nos dijera a un grupo de creyentes LGBT que nos reunimos en Roma para la creación de la Red de Católicos Arcoíris, yo le digo a quienes hoy se sienten desilusionados y perciben un retroceso ante el esperanzador mensaje que el Papa Francisco pronunciada en el 2013 “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”: somos nosotros la esperanza de nuestra Iglesia, la esperanza de que ésta se mantenga fiel al evangelio, al lado de quienes son despreciados y excluidos. Ante las negativas de avanzar y superar visiones retardatarias acerca de la sexualidad, que más que una fundamentación bíblico – teológica tienen una fundamentación política sobre el control de los cuerpos, nuestra actitud no debe ser dar un paso atrás y retirarnos, sino mantenernos firmes al interior de nuestras comunidades de fé, reclamando nuestro lugar como hijos amados. Sabemos que al cuidado de la viña hay muchos viñadores homicidas, que creen que matando a los herederos se podrán quedar con ella, como lo denuncia Jesús en los evangelios de Marcos 12,1-11; Mateo 21, 33-46; y Lucas 20,9-18).
Además, mientras esos mismos jerarcas sigan bendiciendo las armas con que los Estados asesinan a los pobres que exigen un pan; mientas esos mismos jerarcas sigan guardando silencio ante las injusticias de un mundo en el que cada vez crece más la inequidad sus bendiciones y sus palabras no serán ni bendiciones y palabra de Dios.
El mensaje de la Congregación para la Doctrina de la Fe no nos debe desanimar, por el contrario, nos debe alentar para seguir trabajando por la Iglesia de Jesús.
Seguramente en un futuro, espero no muy lejano, esos mismos jerarcas tendrán que reconocer, como lo han tenido que hacer a lo largo de la historia, que estaban en el lugar equivocado, como lo estuvieron cuando legitimaron la esclavitud, el exterminio de los indígenas y su cultura.
Por Fidel Mauricio Ramírez Aristizábal. Filósofo, teólogo y pedagógo colombiano.