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Un texto de alguno de los Evangelios casi debía ser una lectura obligatoria para hoy, para conmemorar la Resurrección de Jesús, el Cristo. Sin embargo, me parece oportuno reflexionar sobre los ciclos de la resurrección a lo largo de la historia. Una y otra vez, los imperios de turno han intentado atentar contra la vida de personas que la Divinidad de muchos nombres ama. Sin embargo, la belleza de la Vida en esa Divinidad es más fuerte que la muerte. El concepto de la Resurrección de la muerte, para el cristianismo, se ubica históricamente y profundamente en la creencia en la Divinidad del hombre, Jesús, y la necesidad humana de su muerte, las implicancias proféticas de su muerte por el poderío del imperio y sus títeres religiosos, y la posibilidad de su resurrección por obra Divina.

Sin embargo, a mí manera de ver, el concepto de la resurrección va mucho más allá del relato histórico de Jesús. Es algo que se ha repetido incontables veces a lo largo de la historia. Es algo que puede recurrir en nuestros días, en la IADLA. Además, en IADLA, no todos venimos de trasfondos cristianos, y creo que hay algo en el texto de la Biblia Hebrea que puede hablar a las personas vinculadas con IADLA que no provienen de tradiciones cristianas. Veamos.

Los versículos que estamos leyendo hablan de una resurrección en medio de la destrucción.

El contexto de esta tercera sección de Isaías es el de la vuelta de la élite judía a la tierra de sus antepasados luego de la Cautividad en Babilonia. El antiguo Rey del Imperio Babilónico había invadido Jerusalén unos 80 años antes, destruyó el Templo y la muralla de la ciudad de Jerusalén, llevó a Babilonia como esclavos el Rey de Judá, su corte y ejército, el sacerdocio del templo, las escribas, en fin, todo el liderazgo religioso, político y militar del pueblo de Judá, y dejó el resto del pueblo, la ciudad y la campaña en su derredor sin defensas, sin organización. Uno de los peores métodos de oprimir a un pueblo es el de eliminar cualquier posibilidad de organización – a través de la organización viene la solidaridad, la fuerza en números, una posibilidad de pensar y actuar en comunidad. En la biblia, se habla mucho del Cautiverio del liderazgo —claro, porque las escribas que pudieron escribir formaron parte del cautiverio de la esclavitud en Babilonia—, pero subyacente está la desorganización total del pueblo que quedó atrás, que se ve reflejado en la destrucción del material inerte que debía sostener ese pueblo.

A raíz del surgimiento de un nuevo imperio, el Persa, que sacudió el imperio asirio con sede en Babilonia, el nuevo Rey, Cirio, permitió que los judíos en Babilonio volvieran a su tierra.

Se complica la historia, porque muchos de esa élite judía en Babilonia dependía de los diosas y las diosas de la Fortuna, del Destino, y de los ejércitos de los poderosos para la liberación. Un emperador poderoso reemplazó a otro. Y así pudieron volver a su amada ciudad de Jerusalén e intentar reconstruirse.

El texto que estamos leyendo es promesa profética. La tierra nueva y el cielo nuevo que se prometen no dependerán del poderío humano. Sino del respeto y cariño mutuos dentro de la comunidad. Habrá organización, pero no en base del poderío en el cual unos tienen que vivir a costo de los demás.

En Babilonia, la élite judía debía construir y plantar para el beneficio del Imperio Asirio. En Judea, el pueblo a penas lograba construir y plantar sin que la violencia de un pueblo desorganizado se lleve todo. En la Jerusalén reconstruida por los líderes judíos, en fin de cuentas, el pueblo iba a construir y plantar para la élite. Igual, los leones y los lobos iban a comer los corderos y los becerros, aunque fuesen todos del mismo pueblo de Judá. Y el ciclo se repite.

El imperio del FMI promete liberación a los líderes políticos de nuestros países, pero éstos deberán aprovecharse del pueblo, y no hay liberación. Los líderes políticos, para pagar la deuda, dependen de las empresas multinacionales y sus capitales – los cuales aprovechen de los trabajadores. Para sobrevivir, parecería de tenemos que arrodillarnos ante los altares de la Fortuna y del Destino (referencia al vs. 11 de este capítulo). El altar del bitcoin tienta. Pero nos hace títeres de las grandes empresas financieras – los cuales ganan millones, mientras tiran monedas para atraer a las personas desesperadas.

Es muy fácil ver la muerte de los seres vivos, la destrucción del material inerte. Nos tienta la búsqueda de las salidas fáciles, el escape. Buscamos olvidarnos de las penas para escaparnos de ellas.

Pero la resurrección de la cual este texto en Isaías nos habla no depende de un olvide de nuestra parte. Sí, sugiere que “no serán recordadas las cosas primeras ni vendrán a la memoria,” pero no en el sentido de escaparnos, de no verlas a pesar de su presencia alrededor nuestro. Es más bien que el gozo y la alegría reemplazarán las penas. Estas no existirán más. Es importante entender esta diferencia entre nuestro no querer ver la muerte y la destrucción por un lado, y la eliminación de la muerte y la destrucción. Tanto la construcción de la Vida Resucitada como la eliminación de la muerte y la destrucción son cosas que se consiguen un granito de arena a la vez.

Lleva un esfuerzo personal y comunitario construir una tierra nueva y un cielo nuevo en base a los valores de la Vida Plena. Necesitamos fe para alcanzarlo. En medio de nuestro caminar de reconstrucción está todo lo que atenta en contra. En cuanto creemos que sí es posible, logramos esforzarnos a pesar de las dificultades. En cuanto veamos las señales de la Vida Plena, aun en medio del Calvario, resistiremos.

¿Se acuerdan de la película de Disney Pixnar de 2008, WALL-E? En medio de las montañas de basura, creación de una humanidad que destruyó su medio-ambiente y tuvo que escaparse en una nave espacial, quedó un pequeño robot solitario que reciclaba basura. Desde la nave espacial, enviaban otros robots en misiones para buscar señales de vida en la tierra abandonada. Uno de esos robots, Eva, encontró primero a WALL-E, y después, encontró una planta! Esa plantita pulsaba con la Vida Eterna que sigue a pesar de la destrucción de los imperios humanos.

Esa Vida Eterna, Plena, resucita una y otra vez. Lo ha hecho y lo hará. Parece, a veces, muy pequeña, frágil, impotente. Pero no lo es.

En la imagen de la portada de la liturgia de hoy, hay una obra de mi hermana menor, Karen. Los ladrillos no son seres vivos, y además, es construcción humana. Sin embargo, entre medio del material inerte, pulsa la Vida en toda su belleza. Para mí, de eso se trata la resurrección. La muerte es una parte de la vida, una parte necesaria para que la Vida (con mayúscula) pueda seguir adelante.

Mi invitación a Uds. en esta tarde es que piensen, busquen en su corazón, en su derredor, cuáles son las señales de Vida, de Belleza, de solidaridad, de organización equitativa, de Amor que pueden percibir.

Jesús, el Cristo, resucitó. El Pueblo de Dios resucita. La Vida vuelve a pulsar en medio de la destrucción y la muerte. Esa vida nos sorprende. No es necesariamente la que imaginamos.

En el texto de Hechos que leímos, Pedro se asombra porque parece que el Dios de Israel está incorporando nuevas personas en su Reinado, en esa clase de Vida que la Divinidad busca sostener. Está predicando en la casa de Cornelio, ¡un centurión romano! Si Pedro se quedaba con lo acostumbrado, no hubiera podido celebrar la Vida Resucitada que se manifestaba en otros pueblos, en personas excluidas por las tradiciones humanas. Aún un funcionario del ejército del Imperio Romano podía entender el pecado en el cual estaba enredado, buscar el perdón y otra opción de vida a favor del trato justo y honesto, el respeto por los demás, y un temor sano y santo ante la Divinidad. Pedro vio en Cornelio una señal sorprendente de la Vida Resucitada.

Entonces, repito, ¿dónde ven uds. las señales de la Vida Resucitada? De la Vida Plena? De la belleza del Amor, de la Vida, de la Presencia Divina? Los y las invito a que mencionan una o dos palabras que representan esas señales.

…….

Ahora, encendemos nuestras velas.

Es una llama que podemos volver a encender en cualquier momento que nos sentimos abrumadas y abrumados. Confíen que esa señal de la Vida Plena, la Vida Resucitada, por más frágil que parezca, tiene toda la fuerza de la Vida Divina. Es más fuerte que la muerte eterna. Y con todas las llamas juntas, podemos hacer un incendio. La Vida crecerá. Confíen en ello. Tengan fe. No se desanimen. En los momentos difíciles, pidan la presencia Divina y la presencia de las personas que puedan sostenerte en el momento difícil. Sepan que en definitiva, la Vida tiene la última palabra. Amén.


Kathleen Griffin. Doctora en Teología por el Instituto Universitario-ISEDET.
Docente en Iglesia y Teología en la Historia de la Red Ecuménica de Educación Teológica.
Participa en IADLA.

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