Noticias | junio 23, 2020

Violencia económica: cerrame la brecha


Levante la mano quien se oponga erradicar las violencias de género. Nadie. Todxs de acuerdo en reclamar contra las violencias hacia las mujeres. Todxs declaman su adhesión a la igualdad. Pero a la hora de entrarle a las inequidades económicas que afectan privilegios cotidianos en cada familia, en cada oficina, en cada organización… todos/as -sobre todo con o, pero también con a y todavía restringiéndonos a la desigualdad binaria, sin meternos con la x y el cupo laboral trans- miran para otro lado. Ellos porque no quieren ser señalados; ellas porque los costos de cada acuerdo y cada negociación requieren una energía que prefieren invertir en paliativos emocionales.

Al diagnóstico ya lo conocemos, pero no está de más repasarlo.

Silvia Corbalán y Ana Rodríguez Flores, en su informe Violencia económica en la violencia doméstica: una mirada al panorama argentino, a 20 años de Beijing , analizan cómo “las violencias de género en sus diferentes modalidades y ámbitos de expresión no sólo representan violaciones a los derechos humanos de las mujeres, sino que también son obstáculos para su participación como agentes activas y beneficiarias del desarrollo sostenible”.

«Arte y oficio», de Mary Sosa
La propia mirada patriarcal también establece “jerarquías” respecto de qué violencias abordar como urgentes y cuáles invisibilizar. En general las menos visibles, son las más eficaces y en ese sentido la inferiorización y fragilización de las mujeres que se instalan en las esferas de trabajos públicas y privadas, resultan de gran utilidad para la expropiación de sus bienes y de sus potencias.

‘Las personas violentadas establecen diferentes estrategias: reaccionar, eludir, menospreciar, o negar las confrontaciones -cuando no los ataques- según decidan resistir, negociar, o preservarse para otras batallas.

Mal de muchas
Alguna vez, pensando en posibles nombres para un emprendimiento de mujeres, evaluamos la posibilidad de inscribirlo como “Cuánto hay”. Intentábamos exorcizar nuestras reiteradas malas experiencias en las que ofrecimos servicios laborales sin acordar un presupuesto previo, ni garantías de montos y plazos de pagos. La estrategia publicitaria de identidad de marca no funcionó y seguimos reincidiendo en trabajos de muchas horas, desperdigadas, ofreciendo servicios profesionales de calidad, poco reconocidos y mal pagados.

Por supuesto que fue una nueva razón para culparnos por nuestras incapacidades personales y laborales. A veces procesamos así las frustraciones, aún siendo feministas. Por suerte, Clara Coria nos ofrece como consuelo, que se trata de un mal de muchas… No por tontas, sino por excluidas de un sistema centrado en la figura del “patriarca”: “… Descubrí, con gran sorpresa, que no pocas mujeres de reconocida experiencia en los ámbitos políticos y empresariales, caían en incomprensibles confusiones cuando debían defender intereses personales. Como una de ellas dijo: Soy una leona para negociar intereses ajenos y una liebre asustadiza para defender los propios”.

Para Coria, la paridad es una construcción social más oxigenante que los privilegios. “No consiste en ceder espacios y aspiraciones legítimas sino en repartir equitativamente tanto los inconvenientes como los beneficios”. Y Susana Covas le agrega que “Se trata de negociaciones primero con una misma, que llevan a conclusiones no siempre ideales ni tan libres como se desearía, pero que permiten tomar decisiones que incluyan los propios deseos y necesidades”. Ambas destacan los aportes de la economía feminista cuyo “planteamiento de fondo radica en incluir dentro de la economía todo aquello que habilita la vida de las personas y del planeta. Coloca en el centro de los intereses comunitarios los cuidados que hacen posible y sostenible la vida, desterrando la dictadura de los mercados y la acumulación de capital. Esto supone visibilizar, sacar a la luz, analizar con criterios económicos, convertir en responsabilidad comunitaria, todas las variables que conllevan los cuidados cuya vital importancia se ha mantenido oculta y se ha asignado a las mujeres como parte de su destino natural”.

Autono… ¿qué?
La autonomía es una de las condiciones para igualdad. Pero efectivizarla es más difícil que enunciarla. “Para que las mujeres podamos ejercer los derechos humanos tanto en la esfera privada como pública debemos poder ejercer autonomía en tres dimensiones: dimensión económica (capacidad de generar ingresos propios y controlar estos activos y recursos), autonomía física (tener el control sobre nuestros propios cuerpos), y autonomía política (tener capacidad para tomar decisiones respecto a la posibilidad de participar de manera plena en las decisiones que afectan nuestras vidas en lo personal y en lo colectivo)”, nos explica Corbalán mientras sortea su propia carrera de obstáculos.

Es que estas autonomías nominales encuentran diferentes barreras. La primera tiene que ver con el ingreso al mercado de trabajo. “Estamos en una desventaja porque la tasa de empleo femenina es del 44% y la de empleo masculina es de un 64%. Pero, además, ésta se complementa con otra inequidad que es la del salario; los varones cobran un salario un 20% mayor respecto de las mujeres en Argentina”, afirma Silvia Corbalán.

Para ella, “hay un elevado porcentaje de mujeres que sólo reciben como ingreso ciertas prestaciones estatales que se conocen como transferencias condicionadas de ingresos. No son salarios, no generan ingresos genuinos. Son ayudas, subsidios, que tienen que ver con un acceso a una cantidad de dinero a cambio de prestaciones como: presentaciones del boletín de calificaciones, o certificados de vacunación de sus hijos/as”.

Volviendo a Coria y a sus reflexiones en el libro de su autoría El Sexo oculto del dinero, habría un “Síndrome de dependencia infantil”. Sobre esto, Silvia Corbalán considera que “hay un camino de construcción de la ciudadanía subjetiva, o sea: sentirnos merecedoras de derechos. Pero no es lineal. En las situaciones de violencia, en las situaciones de inequidad laboral, en las situaciones de distribución inequitativa de las tareas domésticas, esa construcción se vuelve endeble. La construcción de la autonomía es un camino complejo que no tiene puntos de llegada claros. Son como tramos que vamos haciendo, encontrando algunas dimensiones en las que somos titulares de derechos y otros tramos en los que esos tramos de derechos claramente no están siendo respetados, son afectados o directamente resultan vulnerados”.

En este sentido, es importante que las políticas públicas abandonen cierta mirada proteccionista o de maternalismo social, que refuerzan estereotipos de género. Según Corbalán: “En la AUH quienes se encargan de las contraprestaciones que la asignación exige, en la gran mayoría de los casos son las mujeres, lo que incide en su gestión del tiempo. Esto se convierte en un circuito en donde las mujeres que ya son pobres de tiempo deben destinar más tiempo para la gestión de esta asignación monetaria”. Aunque esta medida haya venido a reconocer una desigualdad, “es necesario que quienes deciden políticas públicas adviertan los condicionantes de género que existen para el acceso a estas prestaciones, e intentar diseñar mecanismos que no refuercen la distribución y división sexual del trabajo, sino que la impugnen”.

«Tus manos que son el pan», de Marina Chena
Dónde hay un mango
En el acceso al crédito y los servicios financieros las brechas de género se reproducen. Las mujeres no aceden al resto de los recursos económicos de manera igualitaria: la posesión de la tierra, las acciones en las pymes o empresas familiares, ni la tecnología.

Según Marta Gaitán, Secretaria de Géneros del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos en Córdoba, “dentro de un sistema financiero global capitalista, la reproducción del capital está comandada por varones blancos cis y de clase alta, mientras que las mujeres y diversidades somos gestoras de la pobreza: tareas domésticas, de cuidados, reproductivas de la vida o en el sector informal y de empleos precarios. Para tener una cuenta bancaria o tarjeta de crédito, los requisitos y sus garantías son sueldo o bienes”. En este panorama, dichas condiciones resultan un bien escaso para la mitad más postergada de la población.

Así, según el BCRA, un 28,7 % de varones tienen cuentas sueldos, pero en el caso de las mujeres el porcentaje desciende en casi diez puntos: 19,8 % de cuentas de mujeres. El uso de tarjetas de crédito es de un 34% para los hombres y de un 29,7% de las mujeres. Y un 54,4% de los financiamientos tienen como titulares a hombres, en tanto que un 47,7% corresponden a mujeres.

Pero, ¿paradójicamente? las mujeres sí somos protagonistas del mercado cooperativo. “El Balance Social Cooperativo tiene una proporción de paridad en cantidad de asociadas mujeres. (…) No tenemos un estudio cualitativo en cuanto a la cantidad de activos en sus posesiones. En este caso, los derechos de participación política son iguales a los de los asociados varones porque es un voto, independientemente del capital societario”.

En el mercado del microcrédito las mujeres cumplen un rol fundamental. Llegan a ser más del 80% de las demandantes de créditos y representan una alta tasa de cumplimiento en la devolución y son muy recomendables para dinamizar las economías regionales. Dice Gaitán: “En la economía social y solidaria hay una especial atención a las emprendedoras y propietarias de pequeñas unidades productivas, ya que está comprobado que las mujeres son quienes hacen rotar los fondos de una manera más dinamizadora de las economías regionales: son buenas trabajadoras y administradoras, tienen voluntad y capacidad de pago y, por lo tanto, los microcréditos y créditos de programas sociales tienen altos índices de devolución. Las mujeres representan dos tercios de las tomadoras de crédito y en algunos territorios llegan a ser el 80% del público objetivo”.

A su vez, la desigualdad de acceso a bienes y al mercado financiero, hace que las mujeres sean objetivos vulnerables para el sistema global y los delitos financieros internacionales. Hay un porcentaje de ilícitos en los que las mujeres funcionan como titulares, exponiéndose a las consecuencias de las persecuciones penales nacionales e internacionales. Si se tienen en cuenta los flujos financieros ilícitos derivados de socavar los derechos más elementales de las niñas y mujeres, como la trata, la droga y la explotación sexual y de todo tipo, se estaría constatando una vez más la vulneración de los derechos humanos en el campo de la economía.

Tributismo desigual
“La economía neoliberal no discrimina varones o mujeres. Refiere un sujeto único, asexuado”, dice Elena Curetti, asesora contable independiente y feminista. “Yo empecé a trabajar con mujeres porque, al ser feminista, me buscaban por la confianza, la sororidad. Por eso tengo un elevado porcentaje de clientas mujeres. Mi mirada, mi ejercicio y encuadre en una economía neoliberal, no deja de ser sesgado”.

En relación con la autonomía Curetti expresa que“es difícil, en este marco, instalar esta mirada que avale la independencia de las mujeres en el manejo de fondos. Tener claves propias, tomar decisiones independientes, son cosas que hacen a la intimidad del manejo económico y que en algunos casos implica argumentaciones ante socios, parejas o grupos familiares”.

Lo que se da con mucha frecuencia es el traslado de las jerarquías familiares al seno del ámbito empresarial. “Cuando las familias trabajan en un mismo proyecto económico, es muy difícil de modificar el orden patriarcal”. Aunque “el padre” no tenga habilidades o capacidades para la tarea de conducción de la empresa, la jerarquía familiar se sostiene.

Incluso a nivel administrativo hay barreras que tienen que ver con la burocracia. Si bien hubo modificaciones en el Código Civil, hay prácticas que todavía no se cambian. “Siempre se presumen parejas heterosexuales, y titularidades de bienes en manos de varones”. Afirma Elena Curetti que hay algunas actividades económicas que siguen inmersas en el sistema patriarcal. Aunque se haya cambiado la ley, en la práctica los/las agentes fiscales no siempre las incorporan”.

Diferente es lo que ocurre las organizaciones sociales que buscan servicios de asesoramiento contable, que representan gran parte de la cartera de este estudio. “En un 90% las titulares que consultan son mujeres que consiguen fondos, subsidios… No les resulta fácil. Los recursos se consiguen por lazos y vínculos personales: participación en eventos, cursos, actos académicos, movilizaciones, etcétera. Ellas están más preparadas para la autonomía e independencia económica”.

Una atención especial merecen las mujeres monotributistas. El gran porcentaje de mujeres alcanzadas por la precarización y la flexibilidad, las registra mayoritariamente en esta categoría tributaria que las priva de los beneficios, garantías, derechos y continuidades a los que pueden acceder las personas que desarrollan trabajos en relación de dependencia. Para Curetti el contexto de pandemia podría promover medidas excepcionales para el sector. “Ante la escasez de trabajo formal, como política pública, podrían pensarse premios a las empresas que incorporen a mujeres con hijos, con antigüedad profesional en los diferentes rubros o que enfrentan vulnerabilidades sociales. Así mismo, el Estado podría considerar lo que ocurre con las mujeres monotributistas cuando se enferman, cuando se embarazan, o cuando deben hacerse cargo del cuidado de familiares”.

Redefinir la “normalidad”
Para la economista Corina Rodríguez Enríquez “claramente la pandemia ha exacerbado las condiciones de desigualdad en la organización del hogar y los roles de género en el cuidado”. Con una amplia experiencia en investigaciones sobre la construcción de la agenda de cuidados en nuestro país, considera que “las medidas tomadas para enfrentar la pandemia (particularmente el aislamiento, la suspensión de clases y el cierre de los espacios de cuidado) han hecho que estas tareas vuelvan al ámbito privado de los hogares de manera extrema y se han tomado una vez más presumiendo que en los hogares hay quien pueda asumirlas. El tiempo, el trabajo y el cuerpo de las mujeres es lo que está sirviendo de red frente a la emergencia”.

Así mismo plantea ciertas perspectivas esperanzadoras. A nivel de las lógicas domésticas, para Rodríguez Enríquez “cabe la posibilidad de que haya una ventanita de oportunidad en la que varones, imposibilitados de realizar otras tareas, comiencen a ejercer roles de cuidado ya sea forzados o voluntariamente”. A su vez, en un contexto superestructural, nos invita a pensar que, en algún sentido, la pandemia contribuye a cuestionar el actual orden económico. “(La crisis sanitaria) pone en evidencia la enorme dependencia de los mercados, la fragilidad de las vidas, la precariedad de las estrategias de supervivencia cotidiana de enormes porciones de la población, y horada la legitimidad en torno a que ese mundo en el que veníamos viviendo es el único mundo posible. Esa idea de “normalidad” que una situación tan anormal como ésta trae a escena, también nos hace reflexionar sobre si queremos volver a esa “normalidad” previa o si ella es parte del problema”.

Fuente: el tajo

CONTACTO

Para cualquier consulta o duda que tengas escribinos aquí abajo.